(Un artículo de Noel Ceballos en www.revistagq.com publicado el 2 de enero de 2025)
Al igual que ocurrió el año pasado con Mickey Mouse, personajes como Popeye u obras como El ruido y la furia, de William Faulkner, quedan exentas de derechos de autor en este nuevo año, aunque no es tan fácil como podría parecer.
17 de enero de 1929: el dibujante de tiras cómicas E.C. Segar introduce a Popeye el Marino como nuevo personaje secundario en su Thimble Theatre, que el New York Journal había empezado a publicar diez años antes a través del King Features Syndicate. El rudo lobo de mar y su impenetrable acento no tardaron en hacerse con el control de la tira, hasta el punto de que Segar acabó cambiando su el título por el de Thimble Theatre Starring Popeye (y, más adelante, solo Popeye) al tiempo que William Randolph Hearst, propietario de King Features, le pedía que suavizase el tono para hacerlo más atractivo a ojos de los lectores infantiles. Así arranca la longeva y próspera historia de un icono pop que ha logrado abrirse paso (a puñetazo limpio, se entiende) hasta todas las formas de expresión conocidas por el ser humano, incluyendo una película en imagen real con música de Harry Nilsson que merecía un artículo aparte –de hecho, podemos prometer que lo tendrá–.
Pues bien: a partir de ahora, Popeye se embarca en su periplo expresivo más ambicioso hasta la fecha, dado que la suya es una de las muchas propiedades intelectuales que el 1 de enero 2025 pasaron a ser de dominio público en Estados Unidos. La lista completa nos la aporta, como viene siendo habitual, Jennifer Jenkins, co-directora del Centro para el Estudio del Dominio Público (en la Duke University), que este año ha solicitado la ayuda de su colega James Boyle para navegar por una colección de tesoros ciertamente impresionante: al marinero de mecha corta se le unen obras literarias como El ruido y la furia, con la que William Faulkner comenzó a perfeccionar su inconfundible estilo personal, o Una habitación propia, de Virginia Woolf; así como la primera película de los hermanos Marx, la canción Singin' in the Rain (sí, existía mucho antes de que rodasen la película homónima) o el cuadro La traición de las imágenes, también conocido como La pipa de Magritte. El lote es ciertamente impresionante, pero existe una letra pequeña que no conviene perder de vista: todas estas obras quedan exentas de derechos de autor según la legislación norteamericana, mientras que otros territorios, como por ejemplo la Unión Europea, se rigen por otras normativas.
Por otro lado, la versión de Popeye que ha quedado liberada del copyright es la que apareció en aquellas primeras tiras de Thimble Theatre, por lo que cualquier obra artística que pretenda echar mano del personaje en la actualidad sin pagar un céntimo a sus hasta ahora únicos propietarios (es decir, a Hearst Communications) tendrá que respetar sus características específicas y no adelantar acontecimientos. En otras palabras: muchas de las principales señas de identidad que hoy en día atribuimos inmediatamente al personaje, como su afición a las espinacas, no aparecerían hasta mucho más adelante, por lo que de momento siguen quedando protegidas por la ley de propiedad intelectual. Es lo mismo que ocurrió el año pasado con el ratón Mickey de Steamboat Willie (1928), pero lo cierto es que el tiempo pasa para todos (incluso para la Walt Disney Company, que tanto luchó en el pasado por extender el copyright de su mascota) y, a partir de 2025, más y más aspectos del personaje van convirtiéndose en juego limpio, incluyendo su voz, sus icónicos guantes blancos y su novia, Minnie Mouse.
Otro punto que Popeye pasa a tener en común con Mickey o Winnie-the-Pooh es su reconceptualización como icono del cine de terror,
dado que ciertas productoras de bajo presupuesto están deseando que un
personaje infantil entre en dominio público para ponerlo a matar
adolescentes. Así, a finales del año pasado se anunció la producción de Popeye the Slayer Man, un slasher cuyo estreno está previsto para finales de este mismo mes, y Shiver Me Timbers, en la que la caída de un meteorito “transforma a Popeye en una imparable máquina de matar”,
según la sinopsis oficial. Más allá de esta anécdota, Jenkins resalta
el auténtico valor del dominio público en estas sabias palabras: “Los
cines comunitarios podrán proyectar estas películas. Las orquestas
juveniles podrán tocar estas partituras en público sin tener que pagar
derechos de licencia. Los repositorios online podrán asegurarse
de que estas obras estén completamente disponibles. Todo ello ayuda a
garantizar tanto el acceso como la preservación de materiales culturales que, de otro modo, podrían perderse en los anales de la historia”.