jueves, 5 de diciembre de 2019

Tramposos cazados en Wall Street: de jugadores de fútbol a guardaespaldas cotillas

(Un artículo de David Fernández en El País del 11 de agosto de 2019)

Muchos inversores en EE UU caen en la tentación de hacer uso de información privilegiada.

El uso de información privilegiada es un cáncer que afecta a todas las Bolsas. Permite jugar a unos pocos con las cartas marcadas. Saber antes que el mercado si una empresa va a ser comprada, si los resultados son malos o si va a recibir una fuerte multa permite hacer plusvalías rápidas o evitar sonoras pérdidas. El supervisor bursátil estadounidense (SEC, por sus siglas en inglés) sabe que una forma de desincentivar los atajos en el mercado es meter miedo a aquellos tentados de hacer trampas, que sepan que tendrán una huida difícil. Por ello en su página web publica con pelos y señales todos los casos que resuelve. Estos son algunos de los movimientos insider trading más significativos detectados por el policía de Wall Street en los últimos 12 meses.

Fútbol, fiestas y pop

Una fiesta unió a Mychal Kendricks, jugador de fútbol americano (NFL), y a Damilare Sonoiki, banquero de inversión. Esa amistad acabó con una denuncia de la SEC por uso de información privilegiada. Kendricks obtuvo una rentabilidad del 400% en solo dos semanas, o lo que es lo mismo, una plusvalía de 1,2 millones de dólares. Sonoiki le soplaba qué compañías estaban a punto de ser opadas o cuales iban a participar en una fusión. Con estos datos, la estrella de la NFL tomaba posiciones en las compañías afectadas y luego vendía los títulos cuando la operación se confirmaba. Para sus fechorías usaban mensajes de texto codificados o conversaciones de FaceTime, una aplicación de telefonía. El deportista compensaba a su garganta profunda con dinero en efectivo, entradas para los partidos de fútbol americano e incluso le ayudó a cumplir uno de sus sueños: participar con un cameo en el videoclip “de una importante estrella del pop”, según la SEC.

Predicar y dar trigo

Daniel Levoff era uno de los principales responsables del área legal de Apple. Debido a su puesto recibía información sobre los resultados del fabricante del iPhone que tenía que validar antes de que se hicieran públicos. Sin embargo, usó su cargo para operar con acciones del gigante tecnológico antes que publicase sus cuentas trimestrales durante casi dos años, práctica que le hizo embolsarse unas plusvalías de 382.000 dólares. En su denuncia, el supervisor hace énfasis que, como abogado de Apple, Levoff era el responsable de verificar todos los documentos que la compañía comunicaba al mercado y de impedir que esa información se usara de forma interesada. “Entre sus cometidos se encontraba aprobar el manual interno para que los empleados no tuviesen la tentación de operar con información privilegiada”. Evidentemente, él no se aplicó el código.

Espionaje conyugal

Peter Cho aprovechó que su mujer asesoraba como banquera de inversión a Alaska AirGroup en la compra de Virgin America para pegar el pelotazo. Debido a la complejidad de la operación, su pareja trabajaba desde la casa que ambos compartían en Nueva York por la noche e incluso durante los fines de semana. Con discreción, Cho fue escuchando la conversaciones telefónicas y cuando la compra estaba cerca de cerrarse decidió comprar numerosas opciones de Virgin America (a precios y en cantidades que la SEC califica de “fuera de mercado”). Con las cartas marcadas, Cho logró convertir una inversión inicial de 4.000 dólares en un beneficio de 250.000 dólares en menos de un mes.

‘Home run’ millonario

James Mazzo era el presidente y consejero delegado de Advance Medical Optics y estaba en conversaciones para vender su empresa al gigante farmacéutico Abbot. Las negociaciones se las fue filtrando a su amigo y ex jugador de béisbol Douglas DeCinces, que fue comprando en el mercado acciones de Advance. Al mismo tiempo, DeCinces compartió el secreto con otras cinco personas, incluido su antiguo compañero de equipo en los Baltimore Orioles David Parker. Gracias a jugar con ventaja, DeCinces completó un exitoso home run: beneficios de 1,3 millones de dólares. Sus compañeros de viaje en la trama se apuntaron otro millón en plusvalías.

El huésped inoportuno

Brian Fettner había entablado amistad en el instituto con el directivo de Cintas Corporation. Como motivo de un torneo de golf con fines sociales, Fettner viajó a Cincinnati y se hospedó en casa de su amigo, práctica que era habitual cada vez que se veían. El directivo de Cintas tenía en su despacho una carpeta con información confidencial sobre las negociaciones que mantenía su compañía para comprar una empresa rival, G&K Services. Fettner vio esos documentos y, sin decírselo a su amigo, compró acciones de la empresa que iba a ser adquirida a través de las cuentas bursátiles de su ex mujer y su exnovia. También animó a su padre y a otra expareja para que hiciesen lo mismo. Cuando se confirmó la operación amasó unas plusvalías de 250.000 euros.

Un informático avispado

Rajeshwar R. Gannamaneni, de 36 años, es un consultor informático experto en software. Nacido en India, su última residencia conocida estaba en Singapur. Allí su empresa ganó un contrato de asesoramiento para la división local de un gran banco de inversión. Gracias a esta atalaya privilegiada que daba acceso a los archivos confidenciales de la entidad, entre 2013 y 2016 Gannamaneni tuvo información de primera mano sobre 40 operaciones de fusión, adquisición y otros movimientos corporativos. Firmó una cláusula de confidencialidad que quedó en papel mojado. “De forma ilegal, uso los datos de su cliente para operar en Bolsa y acumular unas plusvalías cercanas a los 600.000 euros”. Para no dejar rastro, y aunque tenía su propia cuenta para operar en Bolsa, este informático daba los chivatazos a su padre, su mujer y su primo, que hacían los movimientos de compra y venta de acciones desde sus propias cuentas.

Amistades peligrosas

Raymond Starker, un octogenario residente en Nueva Jersey, salvó parte de su patrimonio traicionado una amistad. En concreto, vendió acciones de Energy Focus el día antes de que la compañía anunciara una ampliación de capital. La emisión de nuevas acciones se iba a hacer con un descuento del 22% con respecto al precio de cotización de la compañía por lo que cuando se anunció el valor de los títulos se hundió. Sin embargo, Starker tuvo capacidad de reaccionar porque durante los meses previos había tenido información de primera mano de un alto directivo de Energy Focus con el que compartía una sociedad que tenía el 5% del capital de la firma energética. Según la SEC, durante varias cenas se le informó de la operación que se iba a hacer para recapitalizar la compañía creyendo que iba a respetar el pacto de confidencialidad que había acordado con su viejo amigo, al que conoció 30 años antes cuando ambos trabajaban en el sector textil.

Confidencias en FaceTime

Roland M. Mathys, un ciudadano suizo de 31 años, pegó un pelotazo con plusvalías de cinco millones de dólares en apenas 10 días. Para lograrlo se valió de la información que obtuvo de un amigo mediante una conversación en FaceTime. Este amigo le facilitó información fresca que le había proporcionado su padre, un directivo de Sanofi. El gigante farmacéutico iba a lanzar una opa sobre Bioverativ a un precio de 105 dólares por acción. Cuando se enteró del movimiento, Mathys compró 1.600 opciones call (derecho a comprar una opción a un determinado precio) sobre títulos de Bioverativ a un precio entre 65 y 75 dólares. El problema es que su codicia dejó rastro: las compras que hizo de opciones entre el 12 y el 19 de enero de 2018 suponían casi la totalidad de movimientos de este tipo que se hicieron durante esa semana. También hizo sonar las alarmas otro hecho: Bioverativ nunca había cotizado por encima de los 65 dólares a los que compró sus opciones desde que debutó en el Nasdad en 2017. “El precio que pagó estaba claramente fuera de mercado”, comenta la SEC.

Fármacos sin receta

Joseph Vacante trabajaba en una empresa llamada Trinity Biotech. Gracias a su empleo supo con antelación que la Agencia Americana del Medicamento (FDA, por sus siglas en inglés) iba a ordenar a la compañía que retirase del mercado dos de sus fármacos. Estos productos eran la columna vertebral de los ingresos futuros de Trinity por lo que Vacante decidió vender las acciones que le habían dado por ser empleado. Cuando se hizo pública la decisión de la FDA, los títulos se hundieron más de un 50% en esa sesión y Vacante se había ahorrado un agujero en su cuenta de cerca de 80.000 euros.

¿Feliz Navidad?

El hermano de Slobodan Dragojlovic siempre organizaba una comida de Navidad en su casa para la familia. Era una tradición de años y en ella se esmeraba por cuidar hasta el más mínimo detalle. Sin embargo, en la reunión de 2017 se excusó porque no había tenido tiempo de prepararla bien. Como le confesó a Slobodan, había tenido una semana de locos con viajes desde su casa en Rancho Santa Fe (California) a Minnesota y luego a Chicago. Como alto directivo de Surgical Care le había tocado cerrar los detalles de una importante operación: la compra de la empresa por parte de United Technologies. Slobodan se quedó con la copla y se lanzó a comprar acciones de la compañía en la que trabajaba su hermano, hasta que lo pillaron.

En el nombre de la madre

—Eso que me cuentas no parece muy legal.
—¿De verdad? Mientras no haga movimientos en el periodo de Blackout todo irá bien.
—Me refiero a hacer mucho dinero con las acciones de la compañía para la que trabajas. En ese caso tendrás a la SEC llamando a tu puerta.
—La SEC no se fija en analistas como yo. Solo mira los movimientos de vicepresidentes para arriba.

Matthew Brunstrum no podía estar más equivocado. En esta conversación trataba de convencer a un amigo para que comprase opciones put (derecho a vender una opción a un determinado precio) de Stericycle, la empresa para la que trabajaba como analista. Había tenido acceso a los resultados que se iban a hacer públicos en los próximos días e iban a ser mucho más malos que el objetivo que se había marcado la compañía. No consiguió convencer a su amigo para hacer dinero fácil pero él sí operó. Además, le pasó la información a su madre, que le siguió el juego. Cuando se publicaron las cuentas el valor de Stericycle cayó un 22% en una sola sesión pero Brunstrum y su madre ganaron ese día 300.000 dólares.

Amor maduro

Robert Carr, de 73 años, había fundado Heartland, una compañía financiera especializada en medios de pago, en 1996. Dos décadas después una empresa rival le hizo una importante oferta para comprarla. No contento con el dinero que iba a obtener por la venta de su participación, quiso ir un paso más lejos. Para ello, contó con la colaboración de su pareja en los últimos 11 años, Katherine Hanratty, de 65 años. Como él no podía operar, le dio las instrucciones para que se abriese una cuenta con la que hacerlo; luego le extendió un cheque de un millón de dólares para que comprarse acciones de Heartland, cuyo precio se iba a disparar debido a la prima sobre el valor de mercado que incorporaba la opa. Hanratty primero compró títulos por valor de 900.000 dólares de una tacada; luego usó el resto. En total, la pareja se apuntó unas plusvalías de 250.000 dólares.

El guardaespaldas

David Alpert trabajaba como miembro del equipo de seguridad en casa de uno de los consejeros de Heinz. Allí pudo acceder a documentos sensibles sobre la opa que iban a lanzar Berkshire Hathaway, el grupo inversor de Warren Buffet, y el gigante del capital riesgo 3G para hacerse con el control de Heinz. Cuando tuvo conocimiento de la operación se apresuró a comprar acciones de la compañía de salsas, que subirían con fuerza en Bolsa cuando se comunicó la compra.

lunes, 28 de octubre de 2019

Ernest Bader, economía participativa

(La columna de Juan Manuel de Prada en el XLSemanal del 7 de abril de 2019)

Leo en estos días Lo pequeño es hermoso (1973), un iluminador ensayo del economista
E. F. Schumacher, que fue evolucionando –desde su adscripción juvenil keynesiana– hacia posiciones que podríamos calificar de distributistas (no en vano acabó abrazando, como Chesterton, la fe católica), hasta postular un modelo de economía participativa y auténticamente comunitaria.

En Lo pequeño es hermoso, Schumacher dedica un capítulo a narrar el milagro económico logrado por Ernest Bader, un empresario de orígenes suizos instalado en Inglaterra, fundador de una empresa de resina de poliéster y polímeros que, al cabo de los años, llegó a ser un negocio próspero. Bader, sin embargo, era un detractor de las relaciones laborales propias del sistema capitalista, que a su juicio fomentaban el desapego del trabajador respecto al destino de la empresa. «Me di cuenta –escribe Schumacher, citando a Bader– de que estaba en contra de la filosofía capitalista de dividir a la gente entre los que son dirigidos por un lado y los que dirigen por otro. El obstáculo real era la ley de sociedades, con sus disposiciones que otorgan poderes dictatoriales a los accionistas y a la jerarquía de la administración que ellos controlan».

Bader, sin embargo, era también un defensor de la propiedad privada y un detractor del ordenancismo socialista. Así que se propuso introducir en su empresa cambios que, a la vez que garantizasen la implicación de los trabajadores, no supusieran una pérdida de rentabilidad. Ernest Bader se dio enseguida cuenta de que, para llevar a cabo esta reforma de su negocio, necesitaba una transformación de la propiedad. Ni corto ni perezoso, instituyó una sociedad comunitaria denominada Scott Brader Commonwealth, convirtiendo a sus trabajadores en socios. Y la dotó de unos estatutos en los que se establecía que la empresa mantuviese siempre un tamaño limitado, de modo que «cada miembro pudiera abarcarla mentalmente». También se consideró que el trabajo mejor remunerado de la organización sólo podía multiplicar por siete el trabajo peor remunerado. Y se determinó que la mitad de los beneficios netos de la empresa se destinasen a fines caritativos. Por último, Bader impuso que la empresa no vendiese productos a clientes que pudieran usarlos con fines bélicos.

Cuando Bader introdujo estas sorprendentes reformas, los lacayos al servicio del turbocapitalismo proclamaron que una empresa que operase sobre estas bases distributistas no podría sobrevivir. Pero la realidad es que la empresa fue creciendo y afianzándose poco a poco, dentro de los límites aceptados por su fundador, dando empleo cada vez a más gente y distribuyendo beneficios entre sus socios; y, por supuesto, jamás padeció una huelga. Bader demostró que la senda que había tomado el capitalismo hacia el gigantismo, la concentración de propiedad y la precarización del trabajo no era la única opción posible. Demostró que la salud de una empresa no se mide únicamente por criterios mercantiles, sino también por criterios humanos generalmente relegados a un segundo plano o ignorados completamente por el capitalismo. Demostró, en fin, que el sistema de acumulación de propiedad, en el que los trabajadores se convierten en un mero instrumento al servicio del capital, puede ser sustituido por otras formas de organización mucho más estimulantes y participativas, en las que el trabajador se implique con alegría y tesón en el destino de la empresa, cooperando en una causa común. Ernest Bader murió en 1982; casi cuarenta años después, su empresa sigue funcionando bajo los principios que la fundaron.

Naturalmente, no se nos escapa que la forma de economía participativa diseñada por Ernest Bader exige una generosidad y una inspiración sobrehumanas (o, para ser más exacto, divinas). Pero la búsqueda de fórmulas de participación de los trabajadores en el destino de las empresas es cada vez más necesaria para la supervivencia social. Pues, como sostiene Schumacher, el capitalismo global no hace otra cosa sino destruir las comunidades humanas, creando una casta corrompida por la codicia y una masa reconcomida por la envidia. Cuando el trabajo se convierte en una cárcel de nuestra creatividad, cada vez peor remunerada y más despersonalizada, se produce una quiebra muy profunda en nuestro ser; y esa quiebra hace inviable, a medio y largo plazo, la forma de organización económica que la ampara. Porque un orden económico que desnaturaliza el trabajo y concentra la propiedad está negando al hombre; y está, por lo tanto, condenado a perecer, dejando tras de sí un rastro hediondo de codicias y envidias.

miércoles, 20 de marzo de 2019

Economía y algoritmos: Wall Street vuelve a las andadas

(Un texto de Carlos Manuel Sánchez en el XLSemanal del 20 de mayo de 2018)

Diez años después de la gran crisis financiera, Wall Street vuelve a las andadas. Algoritmos, redes sociales y robots pueden estar incubando una nueva catástrofe. ¿Exagerado?

Se acerca el décimo aniversario del fatídico mes de septiembre de 2008, el de la quiebra de la banca de inversiones Lehman Brothers. Las imágenes de algunos de sus 25.000 empleados saliendo de las oficinas con las cajas donde llevaban sus pertenencias forman parte de la historia negra de este siglo. De repente, todo se vino abajo. ¿Wall Street aprendió alguna lección entonces? ¿Cuál es el panorama una década más tarde?

LA BUENA NOTICIA ES QUE HAY MÁS REGULACIÓN

Los bancos no pueden tomar tantos riesgos confiando en que serán rescatados si no les sale la jugada. Pero ese control se está relajando. Donald Trump ha colocado en los puestos claves de los organismos reguladores a personas muy vinculadas a la industria financiera. Es el caso del secretario del Tesoro, Steven Mnuchin (exbanquero en Goldman Sachs), o del presidente de la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos (SEC), Jay Clayton, abogado al servicio de JP Morgan, entre otros. Se están desmantelando las reformas impuestas en 2010 para frenar las prácticas más temerarias, según denuncia Phil Angelides, exsecretario del Tesoro de California y presidente de la comisión nacional que investigó la crisis. «Washington está a punto de cometer los mismos errores que entonces», advierte. El Congreso prepara una ley para relajar la supervisión de los 25 mayores bancos, que ahora son incluso más grandes que en 2008.

No tranquiliza que esos bancos estén volviendo a negociar a manos llenas las infaustas permutas de incumplimiento crediticio (CDS, por sus siglas en inglés), ese producto financiero que se convirtió en papel mojado cuando el mercado de las hipotecas subprime (de dudosa reputación) se vino abajo. Angelides también culpa a Obama por no castigar a los culpables. La comisión nacional reunió cargos criminales contra 11 directivos, pero ninguno fue procesado. «El mensaje que se envió a Wall Street es que goza de impunidad».

¿PERO ES WALL STREET LO MISMO QUE ANTES?

No exactamente. Preocupa la confluencia de tres factores que alteran el valor de las empresas que cotizan: noticias falsas y datos manipulados, por un lado; y, por el otro, la negociación automática de alta frecuencia, una forma de inversión rapidísima que se alimenta de estos datos, muchas veces adulterados, para comprar y vender cantidades ingentes de acciones. Este tipo de inversiones, cuyo volumen no llegaba al 20 por ciento antes de la crisis, ya son el 73 por ciento del negocio en las grandes plazas estadounidenses y rondan el 45 por ciento en la City londinense.

Son unas pocas firmas -el 2 por ciento de las 20.000 que operan en las Bolsas norteamericanas-, y apenas ganan de media la vigésima parte de un centavo por cada acción negociada, pero han resultado ser los vencedores inesperados de la crisis. Sus defensores argumentan que le dan ‘vidilla’ al parqué, esto es, mucha facturación. Sus detractores, que lo han convertido en una ‘piscina negra’, un mercado opaco donde no te puedes fiar ni de tu sombra.

En Estados Unidos, grupos ciudadanos están promoviendo acciones legislativas para limitar la velocidad en las Bolsas. Y en la City también se impulsa una norma cuyo objetivo es limitar los daños provocados por los algoritmos «pobremente diseñados», que pican el anzuelo de otros algoritmos más espabilados, según un informe de la autoridad del Banco de Inglaterra que vigila la conducta financiera.

Un ejemplo de este nuevo poder es Robert Mercer, un inversor de alta frecuencia. Robert Mercer dirige Renaissance Technologies, compañía que dio apoyo financiero a Cambridge Analytica, la empresa que recopiló los perfiles de 85 millones de usuarios de Facebook para favorecer la campaña electoral de Donald Trump. Como quiera que Hillary Clinton planeaba gravar con un impuesto especial la negociación de alta frecuencia, lo que le hubiera costado a las compañías que operan con algoritmos automáticos 185.000 millones de dólares en los próximos diez años, el interés de Mercer por tener en la Casa Blanca a alguien más favorable a sus negocios está en el punto de mira.

Y si se puede manipular a la opinión pública para obtener un beneficio político, por qué no manipular directamente a los mercados para alcanzar un beneficio económico? Dicho y hecho. La manera más obvia es utilizar noticias sesgadas para engañar a los algoritmos automáticos, que toman las decisiones por su cuenta y sin intervención humana.

MÉTODO UNO
Publicando artículos en webs que hablan de las (supuestas y exageradas) excelencias de un nuevo fármaco contra el cáncer. El autor está pagado por la propia farmacéutica; un detalle que se mantiene oculto. Ha pasado con ImmunoCellular Therapeutics, cuyas acciones se catapultaron a 155 dólares y hoy, sometida a una investigación, valen 24 centavos. La revista Forbes se pregunta «cuál es el impacto de la desinformación en los precios de las acciones». Y el analista Anton Gordon recuerda que «existe una larga tradición de utilizar noticias falsas para desvirtuar el precio de las acciones, pero la sofisticación es cada vez mayor. Y hoy nos movemos hacia una dinámica donde un montón de gente se ha especializado en diseñar algoritmos de detección, que calculan las probabilidades de que una información sea fiable o no».

MÉTODO DOS
¿Y si creamos un algoritmo mentiroso, que sea capaz de ‘timar’ a otros algoritmos (los de la competencia)? Esto se consigue manipulando el big data, es decir, la materia prima en bruto, no ya la información elaborada. ¿Cómo funciona? Cuando compramos una acción, lo que hacemos es una apuesta sobre cómo se comportará en el futuro. En un mundo perfecto, es una buena herramienta para saber el valor real de una compañía, pero no vivimos en un mundo perfecto… Las grandes masas de datos proporcionan pistas a los algoritmos para hacer (o no) la apuesta mencionada. Pero el big data tiene un problema: todos mentimos, como demuestra Seth Stephens-Davidowitz en su libro Everybody lies: «Solo nos retratamos de verdad cuando hacemos una búsqueda en Internet». La veracidad del resto de los datos que esparcimos por las redes conviene ponerla en cuarentena, porque el postureo y la exageración están a la orden del día. Así hemos llegado a un punto en el que las compañías crean algoritmos para tender trampas a otros algoritmos.

Cada negociación, cada noticia, crea un pequeño efecto mariposa. Los ingenieros lo llaman ‘resonancia’. Esa resonancia es mayor o menor dependiendo del volumen de transacciones. La resonancia atrae a las máquinas como las moscas a la miel. Y se crean picos de resonancia artificialmente que hacen subir o bajar un valor, aunque sea durante una fracción de segundo. Tiempo más que suficiente para que las firmas de inversión especializadas hagan negocio.

MÉTODO TRES
Usar la velocidad en beneficio propio. Ya no hablamos de décimas o centésimas… Hablamos de microsegundos (millonésimas de segundo). Una orden de compra en Bolsa se puede realizar en 50 microsegundos. Un parpadeo del ojo humano es mucho más lento: 50.000 microsegundos. ¡Y la misma acción puede cambiar de precio hasta 5000 veces en un segundo! Por eso es tan importante que los ordenadores de las empresas que negocian en alta frecuencia estén ubicados lo más cerca posible de la Bolsa. Cada 150 kilómetros de distancia supone una milésima de segundo de retraso a la hora de ejecutar una orden. Es lo que se conoce como ‘latencia’. Si yo llego antes que tú, voy a quedarme con lo mejor.

Es el reino de la fibra oscura, como se conoce a las redes de cable de fibra óptica que implantan operadores privados para alquilarlos a inversores financieros. La compañía Spread Networks se gastó 300 millones de dólares en desplegar 1330 kilómetros de fibra oscura entre Chicago y Nueva York, para reducir el tiempo de transmisión de 17 a 13 microsegundos. Y ha instalado repetidores con personal que trabaja durante las horas que están abiertas las Bolsas de Chicago y Wall Street, con el fin de garantizar su operatividad.

En el fondo se ha desatado una guerra entre dos concepciones diferentes de negocio. La de los inversores de toda la vida y la de los que operan en alta frecuencia. Anthony Ward, un potente inversor tradicional, se queja de que los algoritmos están distorsionando también el mercado de las materias primas. «Al final todo estallará y nadie escapará a tiempo», predice. Y pone como ejemplo la caída del precio del cacao en 2016. «Los conocedores del mercado habíamos apostado a que el cacao subiría, porque los partes meteorológicos anunciaban el harmatán, un viento alisio que afectaría a las cosechas subsaharianas. Y acertamos. Pero los algoritmos interpretaron exageradamente cierta debilidad de la demanda en China». Resultado, los algoritmos se copiaron unos a otros y el precio se desplomó, atrapando a inversores como Gordon. Para algunos, es un episodio más de la contienda entre seres humanos y máquinas, que se agravará en el futuro.

Así mienten los robots a los inversores (y a otros robots)

No pocos economistas afirman que podríamos estar en la antesala de una crisis financiera mayor que la de 2008. La robotización de la economía podría mostrar pronto los dientes. Así es como actúan los robots…

TRUFANDO ACCIONES (quote stuffing)
Consiste en introducir un gran volumen de órdenes al mercado de manera simultánea y retirarlas de inmediato. Esto se repite una y otra vez. La estratagema obliga a los robots rivales a procesar toda esa información para tomar sus decisiones. De este modo, los ralentiza. Como el robot que ha lanzado las órdenes sabe que son ficticias, las descarta. El robot tramposo obtiene así una ventaja computacional sobre los demás. No obstante, esta ventaja desaparece si todos los robots hacen lo mismo. ¡Y eso ocurre!

FINGIENDO INTERÉS (spoofing)
Hay robots que fingen estar a punto de comprar una acción para que los otros piquen, dejándole el camino libre para comprar las acciones en las que de verdad está interesado.
A RÍO REVUELTO (churning)
Son robots que ponen órdenes de compra y de venta simultáneas y prácticamente al mismo precio. Se hace para incrementar la actividad, generar resonancia y atraer así a otros bots. A mayor demanda, aumenta el precio de la acción.

SABUESOS (sniffers)
Se dedican a olfatear el interés de los grandes inversores para adelantarse. Por ejemplo, detectan que un fondo alemán va a comprar acciones de Microsoft y las compran una fracción de segundo antes para vendérselas más caras.
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