domingo, 30 de noviembre de 2014

El gran impuesto único



(La columna de Pablo Rodriguez Suanzes en el suplemento económico de El Mundo del 26 de enero de 2014)

En países como España o Irlanda, toda referencia a la necesidad de construir viviendas genera urticaria, pero en otros lugares la falta de casas es un problema. Por ejemplo, en Londres, donde el alcalde ha lanzado el mayor plan desde los años 30 del siglo pasado (http://www.london.gov.uk/priorities/housing-land/consultations/draft-london-housing-strategy) para hacer frente al crecimiento de la población (y de los precios). Lo mismo ocurre en San Francisco, como explica, con el dramático titulo de «éxodo» The Atlantic (http://www.citylab.com/housing/2013/10/san-francisco-exodus/7205). The Economist aclara una de las causas -las empresas que se han mudado a la zona- y advierte de que no hay soluciones (http://www.economist.com/news/united-states/21591187-californias-new-technological-heartland-struggling-its-success-growing-pains).

Noah Smith, que estudió en la zona y sufrió en sus carnes las consecuencias, tiene una propuesta: impuestos a la propiedad de la tierra, o mejor dicho, un impuesto único (http://qz.com/169767/the-century-old-solution-to-end-san-franciscos-class-warfare/), una idea presente ya en Ricardo o Stuart Mill (http://www.econlib.org/library/Enc/bios/George.html), pero popularizada por el norteamericano Henry George en el siglo XIX. La idea es no gravar el trabajo o el ahorro, sino el valor de la tierra. No los bienes inmuebles que hay construidos, sino el terreno, cuyo valor se establece por la localización. Matt Yglesias, aunque simpatiza con la idea, cree que no resolvería los problemas de la ciudad (http://www.slate.com/blogs/moneybox/2014/01/23/land_value_tax_it_s_great_but_it_won_t_save_san_francisco.html). La propuesta se ha probado muchas veces, y se usa en Australia o Dinamarca (henrygeorge.org/rem4.htm). ¿Recaudaría? Según algún cálculo, tanto como el 50% de los impuestos sobre el trabajo y el capital en un año (http://www.slate.com/blogs/moneybox/2013/10/17/land_value_tax_revenue_how_much_can_we_raise_by_taking_unimproved_land.html).

Parte de la argumentación de Smith es que buena parte del valor de un terreno, hoy, se debe a los servicios públicos de los que se beneficia por ella. Por eso la localización es clave. ¿Por qué el este de las ciudades europeas suele ser más pobre? Por el viento, explica Dan Zambonini (http://www.thejanuarist.com/why-are-the-east-of-cities-usually-poorer/). Durante la revolución industrial los más ricos se mudaron huyendo del humo de las fábricas.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Sacrificios humanos y derechos de propiedad



(La columna de Pablo Rodriguez Suanzes en el suplemento económico de El Mundo del 16 de febrero de 2014)

Economía y razón son dos palabras con una relación complicada. La teoría económica sostiene, en mayor o menor grado, que el ser humano se comporta de forma racional, en busca de su propio interés. La percepción de buena parte de la población es que no. Pero, ¿qué ocurre con los comportamientos que son, aparentemente, irracionales de verdad? Por ejemplo, los sacrificios humanos. En muchas partes del mundo, en diferentes épocas, fueron prácticas habituales para aplacar la ira de los dioses o ganar su favor. Una explicación antropológica es que ocurren para calmar la ansiedad de no poder controlar lo incontrolable; una económica, la lucha de clases (http://wynja.com/arch/aztec.html). Peter Leeson, de la George Mason University, lo ve de otra manera (http://motherboard.vice.com/blog/theres-a-rational-explanation-for-human-sacrifice). En el caso de los sacrificios ve una razón racional: se trataba de «tecnología de protección de la propiedad» o un precurso de los seguros (peterleeson.com/Human_Sacrifice.pdf). Sacrificas parte de lo que tienes para evitar perderlo todo. y pone dos ejemplos diferentes: los Aztecas y los Konds de Orissa, en la costa este de La India. Los primeros sacrificaban a prisioneros de guerra y criminales. Pero no tanto a los dioses, afirma, sino como forma de disuasión, una pena capital para prevenir el crimen y evitar los enfrentamientos bélicos. Los indios, sin embargo, hacían algo todavía más anti-económico: compraban a una víctima, muchas veces niños, para después matarla en ritual. Comprar para destruir no parece muy inteligente. Pero así, sin embargo, se mandaba un aviso a los vecinos. En un mundo en el que los derechos de propiedad prácticamente sólo se podían proteger mediante la violencia, el sacrificio manda un mensaje claro: tengo poco, me va mal, estoy como tú, no me ataques. Una tesis polémica con muchos matices y dudas (http://pragmatarianism.blogspot.com.es/2012/12/can-economics-explain-human-sacrifice.html). Desde otras escuelas más críticas hay quien piensa que los sacrificios nunca han desaparecido del todo (http://pi.library.yorku.ca/ojs/index.php/public/article/viewFile/30459/27980).

sábado, 15 de noviembre de 2014

El precio de la frustración profesional



(Un texto de I. García de Leániz en el suplemento económico de El Mundo del 9 de marzo de 2014)

En El poder del dinero, Adam Cassidy -Liam Hemsworth-, un joven ingeniero de telecomunicaciones de 26 años, no se siente en absoluto a gusto en Wyatt Corporation, empresa puntera en telefonía móvil. Las razones parecen obvias: un sueldo de becario tras cuatro años de trabajo, nula promoción y un agravio retributivo con los salarios y bonus del CEO, Nicholas Wyatt -Gary Oldman-. Cassidy resulta así un claro exponente de la frustración, tan peligrosa, de esa generación perdida en la que comienzan a convertirse los Milennials, en Estados Unidos y también aquí, donde no parecemos darnos cuenta de la ruptura del contrato psicológico entre empleado y empresa.

Esto obliga a replantearse el discurso tradicional del management, ya que la nueva situación laboral se nos presenta más allá de los factores higiénicos y motivadores de Hezberg, cuyo modelo ha sido el cimiento que soportaba el enfoque de la persona en la empresa desde la II Guerra Mundial, y que se ha desplomado repentinamente, sin que nos demos cuenta de su trascendencia y menos de sus consecuencias.

Tener que trabajar sin apenas factores de higiene ni factores motivadores, se nos muestra perfectamente al inicio de la película. Los esfuerzos diarios de Cassidy por salir del barrio pobre de Brooklyn y coger el puente para trabajar en Manhattan no tienen la recompensa esperada: un puesto estable con un sueldo equitativo y expectativas de promoción. El problema se agrava al ser su modelo de expectativas el way of life del comité directivo. Algo cuanto menos disonante y que ya no existe para las nuevas incorporaciones. La crisis profesional de Cassidy está servida.

Es justo en esta comparación entre lo que nuestro protagonista da a la Wyatt (esfuerzo e innovación tecnológica) y lo que recibe de ella (bajo sueldo y ausencia de carrera) comparado a su vez con el ratio esfuerzo/beneficio del comité directivo, cuando en Cassidy se quiebra su jerarquía de valores y accede a infiltrarse como ingeniero de I+D+i en la empresa competidora de smartphones de Joek Goddard -Harrison Ford-.

Roto así el marco de referencia y equidad que soportaba el contrato psicológico y no ser sustituido por otro modelo, pasa justo lo que vemos en la película: todo vale en un entorno dominado por un cinismo directivo que contamina hacia abajo la cultura entera de una organización y sus miembros. Y se cumple una gran ley: quien se adapta a una empresa enferma, acaba también enfermo.

Asistimos entonces a las peripecias de nuestro protagonista para hacerse con la tecnología del producto estrella de Goddard -el Accura- que revolucionará con su sistema operativo el mercado de los móviles y redes. Otra vez volvemos así al problema de la falsificación de la verdad y el uso de la mentira, Todas las relaciones profesionales e interpersonales que Cassidy va tejiendo en su nueva empresa rival son por su parte falsas: sólo le sirven para procurar robar el know-how y expertise de su organización. De esta manera, la película apunta a la proliferación de prácticas de espionaje industrial en las empresas y de captura de información de enorme valor estratégico y financiero. Facilitado ello por las nuevas tecnologías que hacen muy vulnerable la seguridad informática en las grandes corporaciones y pymes. El reciente escándalo Obama de las escuchas sería tan buena muestra de ello como la película.

Es lo que se denomina Inteligencia Económica -y su parte adyacente de espionaje tecnológico que existe no sólo a nivel de multinacional sino en los propios centros de inteligencia: véase en nuestro país el nuevo SIE (Sistema de Inteligencia Económica) recién creado. Y que demandará un nuevo perfil profesional y varios puestos de trabajo.

Ahora bien, el espionaje siempre ha planteado numerosos problemas morales y perplejidades y éticas. Presupone una impostura a lo que se va enfrentando el yo más íntimo de nuestro protagonista, esa parte que no puede comprar ni un Porsche obsequio de Harrison Ford, ni un apartamento en la Quinta Avenida, tan distinta de Brooklyn. Por algo decimos que la conciencia -que no soy yo pero que está en mí- es insobornable. Otra cosa es que la sigamos.

Y por otro lado, Cassidy descubre otra evidencia: que en todo espionaje hay contraespionaje y que una vez metido en ese bucle -ciertamente de pesadilla- uno ya no sabe qué es verdadero ni falso. Son las desventajas de abandonar el principio de realidad y metemos en imposturas. Al final, una frase olvidada de nuestro protagonista encierra, por fin, una verdad: «Soy alguien que sabe distinguir el bien del mal». No es poco en estos tiempos.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Economía del sexo: oferta y demanda, carteles y sincronía



(La columna de Pablo Rodríguez Suanzes en el suplemento económico de El Mundo del 9 de marzo de 2014)

El Austin Institute (austin-institute.org), un think tank conservador, ha editado un video titulado Economía del sexo (http://www.youtube.com/watch?v=cO1ifNaNABY), en el que camufla, bajo argumentos económicos, aspiraciones morales y prejuicios rancios y machistas. Sostiene que así como los pesticidas supusieron un shock tecnológico que revolucionó la agrio cultura, la píldora contraceptiva hizo lo mismo en el sexo, abaratando los costes (las externalidades negativas) en las relaciones físicas. Y como en todo, el exceso de oferta provoca una caída del precio: antes un matrimonio, ahora «pagar unas copas». ¿Cuál es la solución? Para el Austin Institute, un cártel de mujeres unidas para subir el precio que pagan los hombres. A. Marcone ya ha explicado la ideología de los autores (http://www.slate.com/blogs/xx_factor/2014/02/20/mark_regnerus_austin_institute_for_the_study_of_family_and_culture_wants.html) y Christina Sterbenz, las falacias económicas (http://www.businessinsider.com/economics-of-sex-video-debunked-2014-2).
La psicóloga Terri Conley lleva años desmontando argumentos economicistas sobre el sexo y la supuesta falta de interés de las mujeres. En 1989, Clark y Hatfield firmaron un trabajo muy citado en el que el 70% de los hombres tendrían sexo con una desconocida, pero ninguna mujer lo haría con un desconocido. Conley, con su trabajo, encuentra una respuesta distinta (http://nymag.com/thecut/2014/02/woman-with-an-alternative-theory-of-hookups.html). En lugar de ver a la mujer como «víctima de la evolución», ofrece opciones racionales: estigma y placer. La culpa, quizás, no sea de la demanda, sino más bien de la poca calidad de la oferta (http://well.blogs.nytimes.com/2013/11/11/women-find-orgasms-elusive-in-hookups/?_php=true&_type=blogs&_r=1).

Recientemente, Kornrich, Brines y Leupp han publicado un polémico artículo en la American Sociological Review en el que afirman que los matrimonios más iguales, donde hay semejanzas y los hombres hacen más tareas del hogar, puede que sean más felices, pero tienen una vida sexual más escasa (http://www.asanet.org/journals/ASR/Feb13ASRFeature.pdf). La sincronía económica no tiene su reflejo en la relación física, y cuanto mayor disparidad haya entre la pareja, mejor (http://www.nytimes.com/2014/02/09/magazine/does-a-more-equal-marriage-mean-less-sex.html?ref=magazine). Frances Woolley no comparte las conclusiones, y lo explica con gráficos y curvas (http://worthwhile.typepad.com/worthwhile_canadian_initi/2014/02/within-versus-between-sample-variation-or-why-an-equal-marriage-means-more-sex.html).
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