martes, 30 de diciembre de 2014

El gran riesgo del euro era el paro



(Un artículo de John Müller en el suplemento económico de El Mundo del 14 de febrero de 2010. Me temo que este también sigue vigente)

A veces, las advertencias teóricas se hacen realidad con gran crudeza. Hace 49 años, el profesor canadiense Robert Mundell formuló su teoría de las áreas monetarias óptimas que serviría de base a la Unión Monetaria Europea En ella, Mundell, que obtuvo el premio Nobel de Economía en 1999, advertía que si los ciclos económicos de los países miembros no estaban acompasados, se producirían shocks asimétricos que harían que economías bajo una misma moneda se comportaran de modo distinto.

Y ya advertía que sólo había dos maneras de paliar este problema: una gran movilidad laboral o fuertes transferencias presupuestarias entre los países miembros.

Estas últimas semanas, distintos gurús económicos (Nouriel Roubini, Paul Kruman) han sugerido que la zona euro puede romperse por los desequilibrios que presentan Portugal, Irlanda, Grecia o España, los llamados PIGS. Un hecho así desautorizaría toda una escuela teórica, precisamente la que desde el Bundesbank alemán tomó las ideas de Mundell y favoreció la creación de la zona euro y el Banco Central Europeo (BCE).

Cuando en 1999 los 11 países fundadores del euro comenzaron a contar en esta moneda, su situación era muy diversa pese a que se habían fijado en Maastricht cuatro criterios de convergencia (inflación, deuda y déficit público, tipo de cambio y tipos de interés). Alemania, por ejemplo, llevaba unos años malos por la pesada digestión de su unificación.

En el caso español, lo peor que nos pudo ocurrir es que durante una década mantuviéramos un diferencial de inflación con la zona euro de casi un punto anual.

La inflación, unida a los bajos tipos de interés, desataron una auténtica orgía de consumo y gasto que desembocó en la burbuja inmobiliaria y otros dispendios. La fiesta fue considerable. […] durante 49 meses las tasas en España fueron negativas, cosa que no ocurrió nunca en Alemania.

Esto significa que debido a que España tenía una inflación mayor que Alemania, aquí era más atractivo endeudarse, No sólo porque la tasa real era mucho más baja, sino porque durante casi cuatro años la inflación se comió nuestras deudas. ¿Cómo? La explicación es simple: si en enero tenemos un billete de 100 euros y la inflación es del 5% anual, el mismo billete al cabo de un año sólo valdrá 95 de los euros de enero. Si lo que ocurre es que alguien me presta ese billete y tardo un año en devolvérselo, habré ganado cinco euros. En España, a diferencia de la mayoría de los salarios que están indexados con la inflación los tipos de interés no lo están. Por eso nuestros tipos eran muchos más altos que en Europa: para que la inflación no hiciera desaparecer las deudas a largo plazo.

Si no hubiéramos estado en el euro, el mercado se habría ajustado solo y los tipos de interés habrían subido. Como consecuencia, menos gente habría podido gastar en casas y otros bienes. La inflación hubiera devaluado nuestra moneda y habríamos preservado nuestra competitividad.

Pero como estábamos en la zona euro y las tasas de interés las fija para todos el BCE, los tipos no se movían y el dinero del resto de Europa fluía hacia España atraído por la demanda. Eso disparó el déficit de nuestra balanza por cuenta corriente (la diferencia entre ingresos y pagos de un país), un dato que suena tan técnico que muchos políticos no lo reconocen como una luz roja. España ha sufrido un shock asimétrico, porque aunque todos los países sufren la crisis financiera, lo que nos diferencia es nuestro elevado endeudamiento, una alta inflación que además ha destrozado nuestra productividad y el monocultivo que suponía el ladrillo.

Cuando Mundell planteó los requisitos básicos para crear un área monetaria óptima, entre ellos figuraba que los factores de producción -capital, trabajo y tecnología- tuvieran una gran movilidad. Una unión monetaria suponía enormes beneficios para sus integrantes y aunque los miembros perdían el control de los tipos de interés y del tipo de cambio, las crisis se podían combatir con otras herramientas. Por ejemplo, Mundell recomendaba una alta movilidad laboral para que si un país del euro generaba paro, la mano de obra pudiera desplazarse a otro. El problema es que si ya en España la movilidad interna de los trabajadores es muy baja, ni hablar de los flujos hacia Europa.

En EEUU, en cambio, cuando Detroit ha entrado en crisis, muchos desempleados cambian de ciudad o de Estado en busca de nuevos empleos, una situación impensable para un parado español.

Por eso Mundell nunca consideró que la zona euro fuera un área monetaria óptima. De hecho, siempre insistió en que o los países acompasaban sus ciclos o había que flexibilizar el mercado laboral o permitir las transferencias fiscales entre estados, cosa que Bruselas descartó desde el principio.

Un problema añadido es que los pocos estudios que hay sobre los shocks asimétricos en Europa han sido muy optimistas. Uno de 2005 concluía que las divergencias inflacionarias dentro de la zona euro no representaban más fricciones que las que se producen entre los mercados de Canadá y EEUU operando juntos bajo el NAFTA. El estudio recomendaba al Banco Central Europeo que exigiera a los gobiernos que se eliminaran las rigideces de los mercados europeos. El informe lo suscribían los profesores Guenter Beck y Axel Weber, éste último el actual candidato de Angela Merkel para presidir el BCE.

Ahora, con cuatro millones de parados en España, descubrimos con desazón como las advertencias teóricas se convierten en cruda realidad. Descubrimos, por ejemplo, que el euro tiene un pecado original que ahora purgamos: nadie puso suficiente énfasis en la necesidad de construir un mercado laboral europeo único y flexible antes de poner en marcha la moneda única.  

lunes, 22 de diciembre de 2014

Los salarios que no bajan



(Un artículo de Carlos Cuesta en el suplemento económico de El Mundo del 22 de octubre de 2013. Me temo que sigue vigente a pesar de los meses transcurridos)

¿Que si bajan los salarios? Básicamente lo suficiente como para que, en estos momentos, nuestro nivel salarial sea similar al de Chipre y cercano al de Eslovenia. No es ninguna broma. Se trata de los datos de Eurostat. Unos datos que encajan con la rebaja actual detectada por el INE (-0,6%) Y que demuestran que los salarios en España son un 16,6% inferiores a la media de la UE tras haber descendido desde 2008 un 2,3%. Y ahora pasemos al segundo punto: ¿siguen subiendo los impuestos? Por supuesto que sí. Ni se eliminan las subidas denominadas «temporales» en el IRPF e IBI -con lo que aumentan su aplicación temporal- ni dejan de plantearse nuevos incrementos como los de los impuestos autonómicos -Patrimonio incluido- o de las cotizaciones sociales. Todo ello en un contexto en el que los ciudadanos pagamos el quinto IRPF más alto del mundo y las empresas, las sextas cotizaciones más caras del planeta.

Así, mientras que un trabajador español cobra de media mensual 700 euros menos que uno británico, 500 euros menos que uno francés, o 300 euros menos que uno italiano, tiene que enfrentarse a unos impuestos superiores a los de todos ellos. Y no sólo cada trabajador, sino también su empresa: un empresario español paga por cada empleado con un sueldo de 23.000 euros cerca de 7.700 euros, 1.500 euros más que la media europea. ¿Es posible competir así? Sí, pero claro, con rebajas aún mayores de salarios que hagan hueco a semejante carga fiscal. Pero, por lo menos, podríamos decir: «Vale la pena el esfuerzo con tal de sacar a España de la crisis». Pues bien, ni eso podemos afirmarlo con convencimiento, porque no sólo es que los impuestos sean mayores. Sino que además son peores en su diseño y aplicación. Hasta tal punto, que España se ha convertido ya en la gran economía que, con mayores impuestos, menos recauda.

Tenemos los tipos marginales más altos de Europa en IRPF -a excepción de Bélgica y Suecia-, un impuesto de Sociedades superior al de Suecia, Alemania o Reino Unido, y un IVA superior a la media y similar al de Italia, Bélgica u Holanda. Y pese a ello, somos el más claro ejemplo de ineficiencia fiscal en Europa, superados en recaudación incluso por Portugal y Grecia. Dudo que sea el momento de declaraciones políticas cuando menos desafortunadas y si, desde luego, de reformar este desastre.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Los enemigos del dólar: bitcoins y la amenaza de los vaqueros ajustados



(Un texto de Pablo Rodriguez Suanzes en el suplemento económico del 22 de diciembre de 2013)

En 2010, los medios se llenaron de crónicas sobre una nueva guerra de divisas (http://www.elblogsalmon.com/entorno/como-y-por-que-estamos-en-una-guerra-mundial-de-divisas). Más que una pelea entre países es una competición, poco deportiva, en la que todos tratan de convertir su moneda en algo más atractivo. Devalúan para vender más y más barato. Estados Unidos, Japón y China (http://www.elmundo.es/mundodinero/2010/10/11/economia/1286792020.html) hacen mucho ruido, pero luego, los que van en silencio, son los peores (http://www.ft.com/home/europe).

Moneda virtual. Desde hace tres años, los Bitcoin están de moda. ¿Es una burbuja? Quizás (http://lacartadelabolsa.com/leer/articulo/la_burbuja_de_las_bitcoins_y_lo_que_nos_espera_cuando_explote) o quizás no (http://juanramonrallo.com/2013/11/bitcoin-sigue-sin-ser-una-burbuja/). No requiere bancos centrales, y eso ha llevado al BCE y a otros (http://www.oroyfinanzas.com/2013/12/bitcoin-nueva-divisa-burbuja-especulativa/) a analizar en profundidad el fenómeno (http://www.ecb.europa.eu/pub/pdf/other/virtualcurrencyschemes201210en.pdf). Lo cierto es que hay mucha volatilidad, y que cuanto más busca la gente en GoogIe qué es, más crece su valor (http://www.digitaltrends.com/cool-tech/bitcoin-google-search-trends-2013-trending-btc-bitcoin-exchange/).

Del 501 al bolsillo. Hay más rivales al acecho (http://www.forbes.com/sites/billconerly/2013/10/25/future-of-the-dollar-as-world-reserve-currency/). Sin embargo, el gran enemigo del dólar no es el euro, ni el yuan ni el bitcoin. La mayor amenaza son... ¡los pantaIones vaqueros elásticos! Literalmente. Desde 1800, la fabricación de dólares depende de una misma empresa (www.crane.com). Pese a que lo llamamos papel-moneda, en realidad, es cada vez menos papel. Las libras, dentro de nada, serán de plástico (http://www.theguardian.com/business/2013/dec/17/sterling-notes-go-plastic-bank-of-england?CMP=twt_gu). Y los dólares están compuestos en un 75% de algodón, y en un 25% de lino, y no de derivados de celulosa. Tradicionalmente, Crane obtenía hasta un 30% de sus reservas de algodón de retales de pantalones vaqueros (http://www.theatlantic.com/business/archive/2013/12/your-skinny-jeans-are-destroying-the-us-dollar-literally/282442/). Las fábricas de prendas se lo enviaban directamente. Sin embargo, en los años 90, tras ponerse de moda el spandex (vamos, la Iycra), todo se complicó. Porque incluso una sola fibra en un descarte de vaqueros arruina el algodón. Y como es casi imposible encontrar ya unos jeans que no la tengan, la empresa ha tenido que buscarse otras alternativas, y más caras.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Efecto señuelo



(Un texto de Jorge Parra en el suplemento económico del Heraldo de Aragón del 16 de marzo de 2014)

¿Cómo escogemos entre varias opciones? Casi siempre estimamos el valor de una cosa en función de su ventaja relativa respecto a otra. Este concepto de relatividad implica que, de tres opciones, la mayoría elegirá la intermedia. Un estudio de 'The New York Times' identificó que la presencia en la carta de un plato muy caro aumentaba los ingresos del restaurante, ya que, aunque los clientes no lo pedían casi nunca, sí se atrevían a solicitar con frecuencia el segundo más caro. La opción alta actuaba en este caso como señuelo haciendo atractivas para los clientes otras alternativas muy rentables para el restaurante. Cuenta Dan Ariely, investigador del MIT, que cuando se introdujo por primera vez en el mercado una panificadora casera por 275 $, los clientes apenas mostraron interés. Sin embargo, al fabricante se le ocurrió una brillante idea: lanzar un nuevo modelo de panificadora de mayor tamaño y con un precio un 50% superior. Con los dos artículos expuestos en los escaparates, las ventas del producto originario empezaron a crecer. Este efecto señuelo puede modificar nuestras decisiones más de lo que imaginamos.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Cataluña y la teoría de juegos



(Un texto de Lorenzo R. de Quirós en el suplemento económico de El Mundo del 22 de diciembre de 2013)

La evolución del problema catalán es un caso de manual del denominado Dilema del Prisionero formulado por la teoría de juegos. El interés óptimo de las partes implicadas en el conflicto -la Generalitad y el Gobierno central- conduciría a lograr un acuerdo en virtud del cual los jugadores implicados en él conseguirían un mejor resultado que si se empeñasen en maximizar sus estrategias propias. Cualquier opción no cooperativa sería peor para ambos pero, a pesar de ello, la maximización de sus intereses individuales, da igual su justicia o su legitimidad, puede conducir a un resultado en el que las dos partes implicadas en el litigio pierden y producen daños colaterales no deseados y de alcance imprevisible para terceros.

La tendencia a comportamientos no cooperativos se acentúa cuando se practica el llamado Juego del Ultimátum. En él, un jugador X realiza una única y definitiva propuesta; el otro, Y, sólo tiene la posibilidad de aceptarla o de rechazarla. En caso de no aceptación, ninguno de los dos ganaría nada. Por tanto cabría esperar que el jugador Y la suscribiese porque ello mejorará su situación, ya que inició el juego sin ganancia alguna. Sin embargo, la evidencia empírica arroja una conclusión diferente. Ante una situación percibida como abuso de poder y/o chantaje por parte de X, Y tiende a preferir castigar a su contrincante aunque ambos lo pierdan todo.

En este marco teórico es posible analizar y entender la consulta popular planteada por la Generalitat y sus aliados, para permitir a los ciudadanos del Principado manifestar su opinión sobre la conversión de Cataluña en un Estado y si éste debería ser independiente. El tajante niet del Gobierno Rajoy a esa iniciativa era la esperable en el juego del ultimátum. La cesión a las demandas catalanas supondría vulnerar un principio básico, el de la soberanía del pueblo español, y pondría en riesgo la propia razón de ser del Estado, la preservación de su integridad territorial. Esto lleva de manera inexorable al enfrentamiento en tanto factores no racionales o, para ser más precisos, superiores a la maximización del beneficio individual de los jugadores, determinan su comportamiento.

El asunto se complica si se tienen en cuenta las implicaciones económico-financieras del problema En el corto y medio plazo, éstas son letales para las dos partes en conflicto. La secesión de Cataluña o la consolidación de un escenario permanente de incertidumbre y, por tanto, de inestabilidad, pondría en serio riesgo la recuperación de la economía española. Por el lado cuantitativo, Cataluña representa alrededor del 25% del PIB español; por el cualitativo, la amenaza de segregación aumentaría la prima de riesgo del conjunto del Estado, restaría atractivo para ubicar inversiones extranjeras en España y produciría una salida de capitales del país. En última instancia, España siempre podría ser rescatada, vía no transitable para una Cataluña al margen de la UE.

Si la consulta se realiza o queda en suspenso, la incertidumbre se mantendría y, si la independencia se llegase a materializar, la economía catalana entraría en la senda de un acelerado declive cuyo resultado sería un empobrecimiento brutal del Principado. Con una coyuntura económico-financiera grave, por no definirla de desesperada, Cataluña asistiría a una emigración masiva de capital financiero, empresarial y, también, humano hacia el resto del Estado o hacia el exterior. Al mismo tiempo, el Gobierno central dejaría de suministrar los recursos necesarios para financiar a una parte del territorio en rebeldía tácita o expresa. En este caso, Cataluña se vería abocada a la suspensión de pagos y a una depresión económica de larga duración.

Si se produjese la independencia, el panorama sería aún peor. A largo plazo, en veinte o treinta años, un Estado Catalán podría sobrevivir y prosperar en una economía abierta cuyo mercado es el mundo. Con disciplina macroeconómica, mercados libres y un entorno de garantía de los derechos de propiedad y de seguridad jurídica, Cataluña podría ser viable. Aunque esa estrategia liberal se aplicase, lo que parece poco probable a la vista del ideario de las fuerzas pro-independentistas, los costes de transición hasta llegar a ese escenario serían terribles. Supondrían de facto el sacrificio de una generación en pro del bienestar futuro de la siguiente. Esta no es una profecía ideológica ni sesgada, sino una apreciación puramente técnica, de una lógica implacable y, guste o no, es indiscutible.

De entrada, la fuga de personas, de capitales y de empresas se dispararía. De igual modo, Cataluña no lograría financiar en el mercado su deuda pública, convertida ya en un bono cuasi basura pese a la cobertura del Estado. Sus entidades financieras no tendrían acceso a la ventanilla del BCE ni, por supuesto, al mercado interbancario español y, obviamente, sufrirían una retirada de depósitos abrasiva. Con los actuales Tratados de la UE no podría incorporarse al mercado único ni al euro. Esto forzaría, bien a crear una moneda propia, bien a eurizarse unilateralmente y asumir un shock deflacionista para la economía del Principado demoledor. Por último se vería obligada a soportar los costes de los programas del Estado del Bienestar, financiados hoy en parte o en su totalidad,por ejemplo las prestaciones por desempleo, por el Estado.

Los desarrollos expuestos suponen, ceteris paribus, que una secesión es inocua en el plano político-social, es decir, que no se producirían reacciones en contra dentro y fuera de Cataluña que condujesen a situaciones con distintos grados de violencia. Esta presunción resulta optimista, por no calificarla de ingenua. La ruptura de los Estados, incluso las pactadas, tienen efectos imprevisibles sobre la conducta de los ganadores y de los perdedores de ese proceso. Ésta es otra variable fundamental a tener en cuenta cuando la gente se introduce en dinámicas de esta índole.

A estas alturas de la película, el tema no es quien tiene razón ni quien tiró la primera piedra ni cuáles son las causas remotas de la actual situación. Este planteamiento principista conduce a un callejón sin salida. La España del siglo XXI tiene que ser capaz de ofrecer una alternativa imaginativa, una solución razonable al problema catalán, que es el problema fundamental de España en estos momentos y que, si no se ataja, conducirá de manera inexorable a un choque de trenes.
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