(Un artículo de John Müller en el suplemento económico de El
Mundo del 14 de febrero de 2010. Me temo que este también sigue vigente)
A veces, las advertencias teóricas se hacen realidad con gran
crudeza. Hace 49 años, el profesor canadiense Robert Mundell formuló su teoría
de las áreas monetarias óptimas que
serviría de base a la Unión Monetaria Europea En ella, Mundell, que obtuvo el
premio Nobel de Economía en 1999, advertía que si los ciclos económicos de los
países miembros no estaban acompasados, se producirían shocks asimétricos que harían que economías bajo una misma moneda
se comportaran de modo distinto.
Y ya advertía que sólo había dos maneras de paliar este
problema: una gran movilidad laboral o fuertes transferencias presupuestarias
entre los países miembros.
Estas últimas semanas, distintos gurús económicos (Nouriel Roubini,
Paul Kruman) han sugerido que la zona euro puede romperse por los desequilibrios
que presentan Portugal, Irlanda, Grecia o España, los llamados PIGS. Un hecho así
desautorizaría toda una escuela teórica, precisamente la que desde el
Bundesbank alemán tomó las ideas de Mundell y favoreció la creación de la zona euro
y el Banco Central Europeo (BCE).
Cuando en 1999 los 11 países fundadores del euro comenzaron
a contar en esta moneda, su situación era muy diversa pese a que se habían
fijado en Maastricht cuatro criterios de convergencia (inflación, deuda y
déficit público, tipo de cambio y tipos de interés). Alemania, por ejemplo,
llevaba unos años malos por la pesada digestión de su unificación.
En el caso español, lo peor que nos pudo ocurrir es que
durante una década mantuviéramos un diferencial de inflación con la zona euro
de casi un punto anual.
La inflación, unida a los bajos tipos de interés, desataron
una auténtica orgía de consumo y gasto que desembocó en la burbuja inmobiliaria
y otros dispendios. La fiesta fue considerable. […] durante 49 meses las tasas
en España fueron negativas, cosa que no ocurrió nunca en Alemania.
Esto significa que debido a que España tenía una inflación
mayor que Alemania, aquí era más atractivo endeudarse, No sólo porque la tasa
real era mucho más baja, sino porque durante casi cuatro años la inflación se
comió nuestras deudas. ¿Cómo? La explicación es simple: si en enero tenemos un billete
de 100 euros y la inflación es del 5% anual, el mismo billete al cabo de un año
sólo valdrá 95 de los euros de enero. Si lo que ocurre es que alguien me presta
ese billete y tardo un año en devolvérselo, habré ganado cinco euros. En
España, a diferencia de la mayoría de los salarios que están indexados con la inflación
los tipos de interés no lo están. Por eso nuestros tipos eran muchos más altos
que en Europa: para que la inflación no hiciera desaparecer las deudas a largo
plazo.
Si no hubiéramos estado en el euro, el mercado se habría
ajustado solo y los tipos de interés habrían subido. Como consecuencia, menos gente
habría podido gastar en casas y otros bienes. La inflación hubiera devaluado nuestra
moneda y habríamos preservado nuestra competitividad.
Pero como estábamos en la zona euro y las tasas de interés
las fija para todos el BCE, los tipos no se movían y el dinero del resto de
Europa fluía hacia España atraído por la demanda. Eso disparó el déficit de
nuestra balanza por cuenta corriente (la diferencia entre ingresos y pagos de
un país), un dato que suena tan técnico que muchos políticos no lo reconocen como
una luz roja. España ha sufrido un shock asimétrico, porque aunque todos
los países sufren la crisis financiera, lo que nos diferencia es nuestro
elevado endeudamiento, una alta inflación que además ha destrozado nuestra
productividad y el monocultivo que suponía el ladrillo.
Cuando Mundell planteó los requisitos básicos para crear un área monetaria óptima, entre ellos
figuraba que los factores de producción -capital, trabajo y tecnología- tuvieran
una gran movilidad. Una unión monetaria suponía enormes beneficios para sus
integrantes y aunque los miembros perdían el control de los tipos de interés y del
tipo de cambio, las crisis se podían combatir con otras herramientas. Por
ejemplo, Mundell recomendaba una alta movilidad laboral para que si un país del
euro generaba paro, la mano de obra pudiera desplazarse a otro. El problema es
que si ya en España la movilidad interna de los trabajadores es muy baja, ni
hablar de los flujos hacia Europa.
En EEUU, en cambio, cuando Detroit ha entrado en crisis,
muchos desempleados cambian de ciudad o de Estado en busca de nuevos empleos,
una situación impensable para un parado español.
Por eso Mundell nunca consideró que la zona euro fuera un
área monetaria óptima. De hecho, siempre insistió en que o los países
acompasaban sus ciclos o había que flexibilizar el mercado laboral o permitir
las transferencias fiscales entre estados, cosa que Bruselas descartó desde el
principio.
Un problema añadido es que los pocos estudios que hay sobre los
shocks asimétricos en Europa han sido
muy optimistas. Uno de 2005 concluía que las divergencias inflacionarias dentro
de la zona euro no representaban más fricciones que las que se producen entre
los mercados de Canadá y EEUU operando juntos bajo el NAFTA. El estudio
recomendaba al Banco Central Europeo que exigiera a los gobiernos que se
eliminaran las rigideces de los mercados europeos. El informe lo suscribían los
profesores Guenter Beck y Axel Weber, éste último el actual candidato de Angela
Merkel para presidir el BCE.
Ahora, con cuatro millones de parados en España, descubrimos
con desazón como las advertencias teóricas se convierten en cruda realidad.
Descubrimos, por ejemplo, que el euro tiene un pecado original que ahora
purgamos: nadie puso suficiente énfasis en la necesidad de construir un mercado
laboral europeo único y flexible antes de poner en marcha la moneda única.