(Un artículo de Ana Mattern en la revista
Mujer de Hoy del 6 de agosto de 2011)
Vivir para acumular,
obtener una satisfacción torcida por acaparar dinero con pasión desmedida,
hasta llegar a situaciones grotescas y miserables, no es un delito, por poco
virtuoso que parezca, pero sí un pecado. Basta con observar cómo muchos
magnates se han enriquecido y cómo muchos de sus descendientes han litigado
contra su propia familia para obtener más. […] una esclavitud que les ha
costado, casi siempre, el amor de los suyos.
Jean Paul Getty III ya
no sufrirá por haber nacido en una familia que lo puede comprar todo menos el
amor entre sus miembros. La triste vida del nieto del que en su día fuera el
hombre más rico del mundo - y al que desde 1973 se le consideró uno de los más
avaros- terminó [en febrero de 2011] a los 54 años, tras haber pasado dos
décadas en una silla de ruedas, medio ciego e Incapaz de hablar. Jean Paul III
saltó a la fama a los 16 años, cuando fue secuestrado y su abuelo se negó a
pagar su rescate durante cinco meses. El millonario era tan rácano que, al
principio, muchos pensaron que el adolescente había simulado su secuestro para
sacarle dinero. Durante las largas negociaciones para la liberación, sus
captores le cortaron una oreja y la enviaron a un periódico italiano. Era la
fórmula de persuadir al riquísimo abuelo, que se negaba a abonar el rescate aduciendo
que tenia 14 nietos más y que, si pagaba por él, en el futuro seguramente sería
víctima de más extorsiones. Pero las amenazas de los secuestradores subieron de
tono y prometieron mandar el cuerpo del joven "trozo a trozo”. El abuelo
Getty negoció, regateó y consiguió que rebajaran hasta tres millones de dólares
los 17 que pedían inicialmente. Nunca se reveló la cifra que pagó finalmente,
pero se cuenta que el jefe del clan prestó el dinero al padre del secuestrado,
Jean Paul Getty II, para que se lo devolviera a plazos con el
"módico" 4% de interés. El 15 de diciembre, el adolescente fue encontrado,
desnutrido, temblando de frío y solo en una nevada carretera Italiana. Era el
día en que su abuelo cumplía 81 años. Ni se puso al teléfono cuando el
muchacho, recién liberado, intentó hablar con él. Nunca volvieron a tener
contacto.
Desheredado, Aquella
trágica experiencia traumatizó a Jean Paul III, que vivió tos siguientes años
inmerso en la cocaína, la heroína y el alcohol, hasta que en 1981 se quedó tetrapléjico.
Menos de un año después del secuestro, su abuelo le desheredó por casarse con
Martine Zacher, una actriz alemana de "poca monta", madre soltera y
mayor que él. Fue una de las últimas decisiones de su huraño abuelo antes de
morir, en 1976. Lo hizo en Sutton Place, su mansión de 72 habitaciones, próxima
a Londres, rodeado de obras de Rubens, Tintoretto, Tiziano… Su afán de riqueza
le llevó a acumular cerca de 600 piezas. Y es que coleccionar arte fue su
segunda pasión, tras amasar dinero, mucho dinero.
Getty consiguió su
fortuna con el petróleo y a finales de los 50, fue uno de los primeros en tener
más de 1.000 millones de dólares. Sin embargo, siempre se quejó de los
problemas que le supuso tanta riqueza y alardeó de sus hábitos de "ahorro".
En su autobiografía contaba que en su mansión instaló teléfonos públicos con monedas
para que el servicio y los invitados no llamaran gratis. Al petrolero le
gustaba fingir pobreza usando trajes arrugados y jerséis con agujeros en los
codos. Pero también disfrutaba de las prerrogativas de ser millonario y acudía
a espléndidas fiestas, casi siempre acompañado por una mujer hermosa varias
décadas más joven. Arremetía contra los que le "suplicaban por
dinero", que debieron ser muchos porque recibía cada mes más de 3.000
cartas de extraños pidiéndole ayuda. En un artículo titulado “Es duro ser
multimillonario”, declaraba que nunca daba dinero porque era "ingrato y
erróneo". Se quejaba porque no sabía si le querían por sí mismo o por su
fortuna y decía que camareros y amigos le daban siempre las cuentas de los
restaurantes para que pagara. Le molestaba que todos esperasen de él "un
extra de generosidad". En una entrevista intentó mejorar su imagen, sin
éxito: “Si tuviera seguridad de que donando mi fortuna haría una contribución
real contra la pobreza del mundo, regalaría de inmediato el 99,5% de todo lo
que tengo. Sin embargo, una evaluación profunda de la situación me convence de
qué este no es el caso". Para el petrolero, que trabajaba más de 16 horas
al día y vivía preocupado por su salud, dinero y amor eran incompatibles:
"Una relación duradera con una mujer soto es posible si eres un fracasado
en los negocios", dijo tras su quinto divorcio.
De tal padre, tal hijo.
Jean Paul Getty I dejó una fortuna valorada en más de 4.000 millones de
dólares: una cuarta parte la heredó su hijo, sir Jean Paul Getty II. Su
testamento también incluía generosos legados para 12 amigas que le habían
"consolado" durante su vejez. Pero ni un dólar para su nieto.
"No toda la familia Getty está interesada en convertirse en
millonario", escribió el joven para demostrar que no sentía envidia. La
segunda generación, además del patrimonio, heredó varios de los hábitos huraños
del patriarca. Sir John Paul ll -quien se habla pasado media vida enganchado a
las drogas y fue galardonado con un título de caballero honorario por sus servicios
al partido conservador británico y sus donaciones a instituciones artísticas-
se negó a pagar las facturas médicas de su traumatizado hijo, que ascendían a
más de 20.000 dólares mensuales. Con el tiempo. Los dos Getty pleitearon en los
tribunales de Los Angeles, donde la ex esposa del multimillonario sir (separados
desde que el hijo tenía ocho años) solicitó ayuda económica. El juez falló a
favor del nieto, ya por entonces atado a una silla de ruedas.
Otro ejemplo que Ilustra
que la riqueza no es garantía de integración familiar, sino más bien de codicia
y deslealtad es el de los Hilton y sobre todo el de Francesca Hilton, la hija
del patriarca del imperio hotelero, Conrad Hilton, y su segunda esposa, la
actriz Zsa Zsa Gabor. El primero en pleitear fue el primogénito de la saga, W.
Barron. Durante 10 años intentó recobrar la mayor parte de la fortuna que su
padre, un devoto católico, dejó a una fundación benéfica cuando murió a los 91
anos. Barron, uno de los pocos miembros
de la familia que ha trabajado por mantener en pie el negocio, demostró que la
cadena hotelera no era un trabajo personal de su padre, sino que la hablan
levantado juntos. Y los jueces le dieron la razón. Una tercera parte de la
fortuna volvió a sus manos. Otro tercio continuó gestionado por la Conrad Hilton Foundation y el resto fue
depositado en un patronato. Pero su hermanastra no tuvo tanta suerte. A
Francesca, su padre sólo le dejó 100.000 dólares. Ella refutó la voluntad del patriarca,
aunque habla una clausula por la que podían desheredarla. "Eran 100.000
dólares por intentar conseguir 200 milones, por eso impugné el
testamento", explicó ella. Pero lo perdió todo.
Aunque Francesca
ejemplariza el refrán de que "la avaricia rompe el saco", a su manera,
es una luchadora dentro de una familia peculiar. Su madre, Zsa Zsa Gabor, mucho
antes de que su sobrina biznieta Paris Hilton irrumpiera en el panorama mediático,
fue una de las primeras "celebrities".
Los cotilleos de la época decían que la segunda esposa de Hilton gastaba a
espuertas, hasta el punto de que el magnate fijó una estricta asignación de 250
dólares al mes. Zsa Zsa tenía 22 años y junto a sus hermanas, Magda y Eva, eran
consideradas “unas aventureras, trepadoras sociales y oportunistas". En
marzo de 1947, ya divorciada de Conrad, tuvo a Constance Francesca. La niña, no
deseada por sus progenitores (según la autobiografía de Zsa Zsa, se quedó embarazada
después de que Conrad la violara), no tuvo una vida fácil. A su padre solo lo
veía en alguna reunión navideña y en almuerzos esporádicos. Sin embargo, madre
e hija parecían inseparables. “Los novios de mi madre me llevaban a todas
partes -recordaba Francesca-. Me compraban cosas para que convenciera a mi
madre de que se casase".
"Al pobre le faltan
muchas cosas; al avaro, todas", decía el antiguo escritor romano Publio
Siro. Quizás eso fue lo que llevó a Francesca -ya convertida en actriz de
teatro y televisión- a falsificar la firma materna para obtener un préstamo
hipotecario de dos millones de dólares, poniendo como garantía la vivienda de
su madre, valorada en 14 millones. El dinero desapareció, pero Francesca nunca compró
una casa. Eso alegaron Zsa Zsa y su noveno marido, el príncipe Frederic von
Anhalt, en una demanda por robo y fraude presentada en 2005. Francesca, a su
vez acusó a su padrastro de manipular a su madre y presentó una contrademanda
por daños y perjuicios. Al final, un juez de Los Ángeles rechazó todas ellas.
"La gente sale como buitres esperando a que ella muera para llevarse su
dinero, pero no voy a dejar que eso suceda", sostiene von Anhalt en
relación a su esposa, postrada en la cama desde 2002. Y en medio del circo
mediático, Francesca Hilton lanza comunicados quejándose de la atención a su
madre, con la que no se habla desde hace años, igual que con el resto del clan
Hilton.
Pero si hay una mujer
recordada por su “mucho dinero y poco corazón" esa es Hetty Green. En la
época en que solo los hombres hacían fortuna, los años en que los patriarcas de
los Rockefeller, Carnegie, Morgan y Vanderbilt se enriquecían comprando y
vendiendo acciones, compitió en audacia financiera con ellos y se convirtió en una
de las primeras mujeres en invertir en Walt Street. Pero a diferencia de ellos,
que adquirieron gran reputación gracias a su filantropía, Hetty entró en el
Guiness con el triste récord de ser la mujer más tacaña del mundo. Su biógrafo
Chris Slack y su leyenda cuentan que, pese a tener una fortuna valorada en 100
millones de dólares de la época (unos 9.000 millones ahora), vivió con sus dos
hijos en habitaciones de míseros hoteles o pequeños apartamentos en Brooklyn y
Nueva Jersey -donde nunca encendía la calefacción-, para no tener residencia permanente
y así no pagar Impuestos. Siempre llevaba el mismo vestido negro, adornado con
encajes baratos, al que solo lavaba el bajo para ahorrar agua y jabón, y que cambiaba
por otro similar solo cuando se caía a jirones. Comía una ración de harina de
avena diaria, que calentaba en el radiador de la oficina para no gastar, y
compraba galletas rotas para sus hijos, porque eran más baratas. Y recorría miles
de kilómetros sola, en una época en que pocas mujeres viajaban sin escolta,
para cobrar una deuda.
Nacida, en 1835, como Henrietta
Howland Robinson, pero conocida como Hetty Green -y más tarde apodada "la
bruja de Wall Street"- fue una genio en los negocios casi desde la cuna. A
los ocho años ya tenía su cuenta de ahorros. A los 13, leía la sección financiera
del periódico a su padre y aprendió tanto que se convirtió en administradora
del dinero de la familia. A los 31 años, tras morir su padre y su solterona tía
Sylvia, heredó una flota ballenera y cinco millones de dólares. Invirtió en
bonos de la Guerra Civil y se convirtió en la mujer más rica del mundo. Por
avaricia, inició una batalla legal, que duró cinco anos, al enterarse de que tía
Sylvia había legado la mitad de su fortuna a obras de caridad. Hetty estaba dispuesta
a hacer cualquier cosa para conseguir lo que creía suyo. En su lucha contra el
albacea del testamento, presentó un documento donde aparecía la firma de la tía
dejándole todo el patrimonio a ella. El juicio creó un precedente judicial que todavía
hoy se utiliza en EE.UU.: el caso Robinson v. Mandell, en el que por primera
vez se utilizaba como prueba un razonamiento matemático en los tribunales norteamericanos.
Y el juez falló en contra de Hetty: los porcentajes de que ambas fueran tan
similares demostraron que se trataba de una falsificación.
La filosofía de Hetty
era simple: “Comprar barato y vender caro". Y se hizo famosa por su
habilidad para ganar dinero, frente a su incapacidad para gastarlo. Algunos de
sus biógrafos justifican esa austeridad en el temor a que los hombres pudieran controlar
sus finanzas -aún quedaban décadas para que las mujeres tuvieran derecho al
voto-, lo cual la llevó a dominar cada céntimo y a acumular tanto como pudo. De
hecho, cuando se casó con el rico comerciante Edward Green le hizo firmar un
acuerdo prenupcial para no ser responsable de sus deudas. En pocos años, su
marido se había arruinado y, mientras se separaba de él, la herencia de Hetty
se había cuadruplicado mediante su astucia para no pagar impuestos, la
reinversión y los préstamos de alto interés a empresarios desesperados. Con un
recelo desmedido, la usurera nunca pidió ni un dólar prestado. Su afán era
acumular activos sólidos, sobre todo bienes raíces y ferrocarriles.
Sobre su legendaria
avaricia se cuenta que cuando su hijo Edward se rompió una pierna lo llevó a un
hospital de caridad y, como se negaron a atenderles gratuitamente, regresaron a
casa y trató de curarle ella misma. Años después, el muchacho perdió su pierna a
causa de la gangrena. Su tímida hija Sylvia también fue víctima de su miserable
forma de vivir. Durante anos. Hetty estuvo en contra de todos sus
pretendientes. Cuando accedió a que se casara con Matthew Astor Wilks, la joven
ya tenía 30 años y el novio tuvo que renunciar a su derecho a heredar. Él pertenecía
a la familia Astor y aportaba una fortuna de dos millones de dólares del año
1909, suficiente dinero para demostrar que no era un cazafortunas. Dicen que Hetty
pasó sus últimos años en una silla de ruedas por negarse a pagar una operación
que costaba 150 dólares. Murió, a los 81 anos, tras una apoplejía. Ironías de
la vida, su hijo Edward acabó casándose con su ama de llaves (una exprostituta
que conoció en Texas) y fue un derrochador, amante de los coches, los yates y
las joyas. Su hija Sylvia fue siempre una completa ignorante en asuntos
financieros y, cuando murió su hermano, se encargó de la herencia familiar que,
en 1951, repartió generosamente entre cientos de organizaciones benéficas,
iglesias, escuelas y universidades.
Otros tacaños ilustres
Isabel II de Inglaterra.
Lleva medio siglo reinando con sobriedad, aunque acumula una fabulosa riqueza.
Entre sus manías dicen que hace caminar a los miembros de su servicio por los
laterales de los pasillos para no desgastar las alfombras y que ella misma
comprueba todas las noches que las luces del palacio de Buckingham estén
apagadas.
Mick Jagger. El líder de los Rolling Stones
fue elegido como una de las celebridades más avaras de Gran Bretaña. Reconoció
que la banda dejó de vivir allí “por cuestiones de Impuestos". Su segunda
mujer, la modelo Jerry Hall, le acusó de negarse a pagar la pensión de sus cuatro
hijos y, tras luchar en los tribunales durante cinco años, logró 25 millones de
dólares por su divorcio.
Tony Blair. El ex primer
ministro laborista y su mujer, una prestigiosa abogada, pretendieron cobrar 12
libras a los invitados a la fiesta del 11º cumpleaños de su hijo pequeño, Leo,
por los gastos de transporte hasta la mansión campestre de la familia, donde se
Iba a celebrar la fiesta.
Madonna. En su libro “Vivir
con mi hermana Madonna", Christopher Ciccone -mano derecha de la cantante
durante 20 años- revela su tacañería: “El dinero, desgraciadamente, ha sido uno
de los ejes de nuestra relación". Cuenta que jamás deja propina y controla severamente
las llamadas y las facturas.
Anna NicoIa Smith. La conejita
de Playboy se casó, con 26 anos, con el octogenario petrolero J. Howard
Marshall, que murió a los 14 meses. El mismo día del funeral comenzó la batalla
legal con su hijastro, Pierce Marshall, por una fortuna valorada en 450 millones
de dólares. Tras cinco años de litigio, consiguió 89. La mayor parte lo dilapidó
en excesos.
Paula Cusi. Es una de
las cuatro viudas de Emilio Alcárraga Milmo, el empresario mejicano que fundó Televisa.
Fue detenida en abril por mentir y falsear declaraciones durante el litigio en
el que reclama una mayor parte de la herencia. Están en juego unos 240 millones
de dólares.