(Un texto de Jorge Parra en el suplemento económico del Heraldo de Aragón del 8 de marzo de 2015)
En 1999, la enorme mina de oro de Goldcorp en Red Lake, Canadá, parecía haberse agotado y sus ingenieros tenían dificultades para localizar nuevas vetas. A Robert McEwen, presidente de la compañía, se le ocurrió una brillante idea. Inspirado por el esfuerzo colaborativo de Linus, anunció: «Me propongo recopilar toda la información geológica que hemos recabado desde 1948, introducirla en un archivo y compartirla con el mundo, para que nos digan cómo vamos a encontrar la próxima tonelada de oro».
Goldcorp colgó en internet toda la información confidencial sobre su mina y ofreció una recompensa de 75.000 dólares a quien fuera capaz de identificar nuevos yacimientos. Se presentaron miles de propuestas de numerosos equipos de científicos y especialistas, que permitieron identificar más de 50
nuevos yacimientos, el 80% de los cuales fueron muy productivos. Estos descubrimientos hicieron que la facturación de la firma saltara en menos de seis años desde los 100 hasta los 9.000 millones de dólares.
Un ejemplo de cómo la red y el esfuerzo colaborativo pueden producir resultados extraordinarios.
lunes, 30 de marzo de 2015
domingo, 15 de marzo de 2015
Esther Duflo, una economista contra la pobreza
(Un texto de Ángeles Castillo en la revista Mujer de Hoy del
8 de noviembre de 2014)
¿Puede una mujer acabar con la pobreza? Una pregunta así, tan
quijotesca, queda en el aire hasta que uno se topa con la francesa Esther Duflo,
ese tipo de economista al que nos acostumbró el escritor José Luis Sampedro:
entretenida las 24 horas en componer una buena letra para tantos números y con
los pies (y el corazón) en la tierra. De hecho, es profesora de Reducción de la
Pobreza y Economía del Desarrollo en el prestigioso Instituto Tecnológico de
Massachusetts, una asignatura que suena utópica, aunque se alimente solo de
realidad.
Y es que Duflo, que no ha perdido su acento francés a pesar
de haber tocado el cielo intelectual en Estados Unidos y ser consejera del
presidente Obama. Está empeñada en aplicar el método científico a los problemas
pendientes de solución de la humanidad. Pero no con grandes palabras, sino con
pequeños hechos y buenos ejemplos; en Udaipur (en el estado indio de Rajastán)
demostró que se puede multiplicar la tasa de vacunación infantil por seis,
regalando un kilo de lentejas como reclamo. Ante las críticas, dijo: "Es
más barato regalar lentejas" que pagar los costes de las enfermedades que
se podían haber evitado.
En África subsahariana, donde la malaria mata a cientos de
miles de personas, propuso repartir mosquiteras gratis un año, observar qué hacían
con ellas y ver si al siguiente estarían dispuestos a comprarlas por una cantidad
simbólica. Y así con todo; si la meta es que los niños asistan a la escuela, se
les pueden pagar los uniformes, eliminar las cuotas, construir letrinas...
"Pero hagámoslo", suplica.
Luchar contra la pobreza global es, para ella, una cuestión de
lentejas, mosquiteras o letrinas, con un lema que ha hecho suyo en las altas
esferas, ONU y Bill Gates incluidos: “Por algo se empieza". Hace experimentos,
sí, pero siempre en beneficio de las comunidades y con su consentimiento, y el
resultado es la mejor de las políticas antipobreza. Pueden ser estufas para cocinar,
preservativos, agua potable o alimentos enriquecidos para reducir la anemia. En
su libro, Repensar la pobreza (2012),
escrito con el profesor Abhijit V. Banerjee, daba un montón de soluciones,
ninguna a lo grande: microeconomía en estado puro. Vive de hacerse preguntas:
"¿Por qué un hombre de Marruecos que no podía alimentar a su familia
compró un televisor?". Y de encontrar respuestas, como esta; "Su
felicidad puede ser tan importante como su salud".
domingo, 1 de marzo de 2015
La ley de la escasez
(Un texto de Jorge Parra en el suplemento económico del
Heraldo de Aragón del 28 de septiembre de 2014)
Crear percepción de escasez es una buena estrategia para
generar un efecto llamada y optimizar las ventas. Esta técnica la han
desarrollado de forma magistral empresarios como Ferrán Adriá, haciendo que
resulte difícil reservar mesa en su restaurante e incrementando nuestro deseo
de conocerlo a cualquier precio.
Jean Claude Brouillet se encontró con un problema cuando, en
los setenta, quiso comercializar las perlas negras que se producían en su
atolón de la Polinesia francesa. En aquel momento no había mercado para las
perlas negras de Tahití. ¿Cómo generar la demanda?
Después de varios intentos fallidos, tuvo una idea
brillante. Llegó a un pacto con Harry Winston, comerciante de piedras
preciosas, para que las mostrara en un lugar destacado del escaparate de su
lujosa tienda de la Quinta Avenida, con una etiqueta en la que se mostraba un
precio desorbitado. Y regaló perlas negras a las principales actrices y modelos
para que las lucieran. En dos meses, se transformaron en un objeto de deseo. Y
es que, como dijo Mark Twain, «para que una persona codicie algo, solo hay que
hacerlo difícil de conseguir».
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