jueves, 13 de febrero de 2020

McDonalds, quien no se arriesga no gana


(Un texto de J. F. Losilla en el suplemento económico del Heraldo de Aragón del 3 de agosto de 2014)

En el mundo de los negocios, tan importante es dar con una buena idea como tener el acierto y la valentía de desarrollarla y expandirla. Tal vez el caso más paradigmático corresponde a McDonald's, la mayor cadena de comida rápida del planeta, que en la actualidad cuenta con 68 millones de clientes que acuden diariamente a sus más de 35.000 establecimientos en 119 países.

Pese a que los hermanos Dick y Mac McDonald pusieron la primera piedra en 1940, dando nombre a la hamburguesería que abrieron en San Bernardino (California), no fue hasta que una década después entró en escena Ray Kroc que el proyecto comenzó a despegar hasta convertirse en un imperio multinacional. Mientras los hermanos McDonald eran conservadores -profesionalmente-, Kroc vislumbró desde el primer minuto las posibilidades que albergaba aquel comercio. Aplicó hasta las últimas consecuencias dos de sus máximas: «Si no tomas riesgos, no pintas nada en los negocios» y «La suerte es un dividendo del sudor. Cuanto más sudes, más afortunado serás».

La biografía de Kroc resulta apasionante. Incluso Mark Knopfler le dedicó la canción 'Boom, like that'. Hijo de un emigrante checo, se crió en Chicago y coincidió con Walt Disney conduciendo ambulancias para la Cruz Roja durante la Segunda Guerra Mundial. Tras la contienda -en la que no llegó a ser destinado-, malvivió como músico de jazz o DJ en una radio local. Su existencia cambió drásticamente al ejercer de vendedor de una revolucionaria batidora. Recorría Estados Unidos informando de las virtudes del ingenio hasta que recibió un pedido de ocho máquinas del local de los hermanos McDonald. Kroc alucinó con el efectivo sistema de trabajo que regía allí: cada empleado se encargaba de un cometido (abrir panes, poner la lechuga, hacer las patatas, llenar la bebida…). Un método en apariencia sencillo pero que permitía disparar la productividad. No dudó en vincularse con los McDonald e inauguró un establecimiento en Des Moines, en su Illinois natal. El éxito fue absoluto. Sin embargo, la ambición desbocada de Kroc no coincidía con la de los fundadores. Un desacuerdo que se solventó con la compra de la sociedad por parte del primero a cambio de 2,7 millones de dólares. Tras deducir los impuestos, a cada hermano McDonald le quedó un millón de dólares.

Kroc comandó un plan de negocio certero y triunfal. Fue un pionero en la estandarización de las operaciones. «Nuestras hamburguesas deben saber igual en Nueva York que en Los Ángeles», solía decir. Estableció estrictamente los ingredientes, la forma de preparación y el envoltorio. También abrazó y primó la cultura de cuidar al cliente. Si un pedido tardaba más de cinco minutos, no se cobraba.

Hasta sus últimos días de vida llamó cada mañana al gerente del local en Des Moines para cerciorarse de que todo funcionaba.
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