(Un artículo de C.S. en
el suplemento económico de El Mundo del 26 de abril de 2009)
Las recetas que utilizó
Bush para impulsar la economía acabaron empujando a EEUU y al mundo hacia el
colapso financiero.
El 18 de junio de 2002 a
las 10,30 de la mañana, George W. Bush, presidente de EEUU, se dirigió en
Washington a los representantes del departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano.
«Creo que ser propietario [de una casa] es parte del sueño americano... y por
eso, ayer mismo pedí al sector privado que nos ayude, y que ayude a los que
desean comprar casas. Necesitamos más dinero para los compradores de bajas
rentas que por primera vez acceden a la vivienda [Aplausos]».
Para muchos, fue el
momento en que la esfera del planeta financiero comenzó a girar y girar hasta
perder el control. «En aquel momento, el sistema financiero y la economía americana
se estaban rehaciendo de dos durísimos golpes: la explosión de la burbuja de
internet que durante los dos años precedentes había evaporado cerca de 3
billones de dólares de valores en la Bolsa, y el ataque del 11 de septiembre»,
afirmaba un artículo de Il Sole 24 Ore.
Entonces, toda la
maquinaria pública y privada se puso en marcha para apoyar los planes del
presidente. La Reserva Federal había comenzado a bajar los tipos de interés en enero
de 2001. Entonces estaban al 6%. Esa bajada cogió tal ímpetu que a final de ese
año los tipos se situaron en 1,75%. En junio de 2003, llegaron al 1%. Era como
bajar una larga escalinata a grandes saltos y en cinco segundos.
Y para los ciudadanos
americanos empezó su Era de la codicia.
El dinero casi estaba regalado, los 8.000 bancos privados y las sociedades hipotecarias
salieron a la calle a conceder préstamos para que los norteamericanos comprasen
casas. Incluso para los más pobres. Concedieron hipotecas hasta a los NINJAS,
que no eran guerreros japoneses, sino una clase desfavorecida que en inglés significa
No income, No Job. No Assets (sin ingresos, sin trabajo.
Sin propiedades). Sin quererlo, el país que más términos económicos ha inventado
estaba creando un género de hipotecas llamadas subprime que luego se harían muy famosas. Hipotecas basura como se las llamó en España. El
nombre lo dice todo.
De repente, la economía
norteamericana salió de la tumba y empezó a crecer porque el país empezó a gastar
un dinero que recibía fácilmente de los bancos. Cualquier familia podía obtener
un crédito para comprar su casa, más coches, para consumir o para viajar. Los
vendedores de hipotecas, los brókers,
eran como vendedores de enciclopedias. Llegaban a una casa y le decían al propietario
que, mejor que vivir de alquiler, era comprar la casa. Se la financiaban a
muchos años con un tipo de interés de risa... al principio. «Tenían dos años de
carencia en los cuales no pagaban nada. Pero al tercer año, les cobraban entre
un 7% y un 14%, un detalle que no veían porque eso estaba en la letra pequeña»,
dice Guillermo de la Dehesa, presidente del Grupo Aviva.
Al bróker sólo le interesaba cobrar su comisión y le daba igual la fiabilidad
de la persona que estaba poniendo su firma en esa hipoteca. Las hipotecas
llamadas low doc o no doc (con poca documentación o sin documentación)
crecieron como la peste negra y, en poco tiempo, ya suponían la mitad de las
hipotecas.
Ese fue el caso de la
señora Halterman. Propietaria de una casucha en Avondale, California, (en la
imagen mostrada por The Wall Streel
Journal aparecía una chabola), esta mujer alcohólica con un largo historial
de impagos recibió en 2006, de las empresas hipotecarias y sus intermediarios,
un crédito por 103.000 millones de dólares con un tipo variable que llegaba al 15%.
Halterman lo necesitaba para tapar los agujeros de su desatinada vida económica.
Pero la mujer se compró un todo-terreno. Como no tenía un trabajo estable y
estaba enganchada a las anfetaminas, se fundió todo el dinero y dejó de pagar sus
compromisos. Al final, abandonó la casa. Pero su préstamo ya había dado la
vuelta al mundo en el celofán de los derivados. La casa fue clausurada y afuera
se colgó un cartel que decía: «inhabitable». Halterman reconoció que no
necesitaba tanto dinero. «Bien pensado, lo que necesitaba era una buena patada en
el trasero».
A finales de 2006,
muchas familias norteamericanas percibieron que no podían devolver las
hipotecas. ¿Qué había pasado? Pues que sus créditos eran demasiado caros. De
modo que entre 2006 y principios de 2007 los bancos se empezaron a encontrar
con una cosa que los norteamericanos llamaron con sentido del humor el jingle mail, el correo tintineante. Es
decir, los propietarios de casas, metían las llaves en un sobre, las enviaban
al banco y abandonaban su casa por otra de alquiler porque ya no tenían dinero
para sufragar su hipoteca.
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