miércoles, 16 de julio de 2014

Educación sostenible



(Un texto de José García Moltalvo en el suplemento económico de El Mundo del 13 de diciembre de 2009)

Por fin parece que se generaliza la opinión de que la economía española precisa cambios estructurales importantes y no sólo medidas a corto plazo. El proyecto de Ley de Economía Sostenible sólo refuerza esta percepción. Uno de los aspectos estructurales más importantes, no contemplado en el proyecto, es un cambio significativo e innovador en el sistema educativo. Aunque hay muchos temas importantes en la formación del capital humano, hoy quiero centrarme en la educación universitaria.
Imaginemos un proceso de producción de tuercas en el que el 30% acabaran con la rosca a medio hacer y un 35% fueran más grandes que la mayoría de los tomillos de la economía. Cualquier sistema de control de calidad calificaría ese proceso como enormemente ineficiente. Pues bien, estos parámetros son los que definen la educación universitaria en España. El 30% de los estudiantes abandonarán antes de finalizar y el 35% de los que finalicen tendrán un empleo para el cual estarán sobrecualificados. Si a esto añadimos que la financiación del 85% del coste de la enseñanza en universidades públicas (la gran mayoría) tiene su origen en fondos públicos (unos 6.000 euros por estudiante y año) nos encontramos con un sistema que derrocha recursos.

Pero, ¿qué sucede con la rentabilidad de los estudios universitarios? Pues que está cayendo rápidamente. La OCDE señala que en España el salario relativo de los universitarios frente a los graduados de secundaria no obligatoria ha caído un 40%, más que en ningún otro país de la organización. Éste puede ser uno de los motivos del elevado grado de abandono: es posible que muchos estudiantes se planteen si vale la pena continuar estudiando cuando ser graduado universitario sólo supone una pequeña ventaja salarial, y en tasa de desempleo, frente a los graduados de enseñanza secundaria no obligatoria.

Una estrategia creíble para atacar las ineficiencias de la universidad debería romper definitivamente su aislamiento frente a la sociedad y el sistema productivo. La forma más sencilla de vencer esta resistencia sería confeccionar un sistema de financiación de las universidades con unos incentivos adecuados. En lugar de la financiación tradicional basada en inputs (cuantos más estudiantes más fondos) tendría que basarse en resultados (tasas de empleo de los graduados, tasa de graduación en el tiempo previsto, resultados de investigación medibles -como publicaciones o patentes, etcétera). La investigación de los departamentos también debería ser evaluada, como se hace en el Reino Unido, y su financiación tendría que depender de dicha evaluación. Si un departamento opta por la endogamia en lugar de contratar a los mejores acabará teniendo menos fondos y, en el medio plazo, o termina con la endogamia o desaparece el departamento por falta de fondos.

En segundo lugar, es necesario cambiar la gobernanza de la universidad. El claustro, que es la cámara que elige al rector, sólo debería incluir a los representantes de los profesores y de los antiguos alumnos. Los problemas laborales del personal de administración y servicios se deben tratar en la negociación entre sindicatos y universidad y no en los claustros universitarios. Por su parte, los antiguos alumnos son los que mejor conocen si los conocimientos y metodologías educativas utilizadas en la enseñanza que recibieron fueron útiles en su carrera profesional y su vida en general.

En tercer lugar, hay que aumentar sustancialmente las becas para facilitar la movilidad de los estudiantes y cubrir el coste de oportunidad de estudiar de los alumnos de familias con bajo poder adquisitivo. Pero, al mismo tiempo, hay que incrementar sustancialmente el coste de las matriculas para aquellas familias que pueden pagarlas.

Finalmente está el tema del espíritu emprendedor. Muchos graduados no estarían sobrecualificados si montaran su propia empresa. Paradójicamente, los graduados universitarios, que son los que mejor preparados están para entender cómo funcionan sistemas complejos en ambientes de incertidumbre, son el grupo educativo que menor propensión tiene a constituir  empresas.

La animadversión que muchos de sus profesores funcionarios tienen hacia el empresariado explica parte de esta falta de de espíritu emprendedor. Para resolver esta situación, y otros muchos problemas, lo ideal sería acabar con el estatus de funcionario de los profesores universitarios. En otros sitios se va a hacer. Por ejemplo en Finlandia, espejo en el que todos los expertos educativos miran por la elevada calidad de su enseñanza y los espectaculares resultados de sus alumnos, los empleados de la universidad perderán su estatus funcionarial en 2010. Seamos innovadores y adoptemos las decisiones que toman los líderes. Hagamos una educación universitaria de calidad y sostenible.

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