(Un artículo de Pablo Pardo en el suplemento económico de El
Mundo del 21 de febrero de 2010)
En la mitología griega, Zeus,
el rey de los dioses deja ciego al dios Pluto, que era el encargado de repartir
la riqueza entre la Humanidad. Como consecuencia, Pluto da riquezas al azar.
Es, además, un problema sin solución. En la comedia Pluto, de Aristófanes, el
dios recobra la vista y da dinero a los virtuosos, con resultados pavorosos. La
elite dirigente de Atenas se queda sin blanca, y organiza una rebelión. Los esclavos
se hacen ricos y dejan de trabajar. Y la gente deja de adorar a todos los dioses
salvo a Pluto.
Ahora, 2.397 años
después de que Pluto se representara por primera vez en Atenas, Grecia amenaza
con provocar un cataclismo financiero mundial gracias a sus juegos con los
dioses del dinero: Goldman Sachs. A fin de cuentas, el 8 de noviembre, Lloyd
Blankfein, el actual presidente y consejero delegado de Goldman, declaraba al
Times de Londres que «Yo hago el trabajo de Dios».
La tarea de Dios de
Goldman en Grecia consistió en esconder 3.000 millones de euros, de modo que
ese país pudiera cumplir con los objetivos de déficit para entrar en el euro en
2001. El mecanismo se basaba en que Atenas se endeudara en moneda extranjera. El
sistema funciona si los tipos de interés en esa divisa son más bajos que en la
moneda nacional. Pero, si la moneda nacional se deprecia, esa deuda se dispara.
Para evitarlo, están los
currency swaps e interest-rate swaps. Con esos instrumentos financieros, un país o
una empresa se endeudan en una divisa extranjera, pero pagan la deuda (con
intereses) en moneda nacional. O sea, «convierten deuda externa en deuda
interna», como explicaba esta semana Nicholas Dunbar, el periodista que destapó
la trampa griega nada menos que en un artículo publicado en la revista Risk 2003 y recibió a cambio un silencio
ostentoso y el sarcasmo de Goldman Sachs y de Atenas. Así pues, Goldman prestaba
a Grecia en dólares y este país le pagaba en euros y le daba una generosa
comisión de 330 millones de euros.
Pero el sistema tiene un
truco: las dos partes pueden determinar un tipo de cambio diferente para la
transacción del vigente en el mercado. Y, en este caso, Grecia pactó con
Goldman Sachs inflar el valor del euro. Así, la deuda que Grecia estaba contrayendo
era, nominalmente, mucho menor. No sólo eso: desde el punto de vista contable,
era una operación de divisas.
Pero, en la práctica,
Goldman le estaba dando un crédito a Grecia por valor de la diferencia entre el
valor real del tipo de cambio entre el dólar y el euro y el ficticio pagado en
la transacción. Para pagarlo, el Gobierno de Atenas usó la recaudación de su
sistema nacional de lotería y de las tasas de los aeropuertos. Así, el truco le
costó a Atenas otros 500 millones de euros. Era el precio que tenía que pagar
por lo que en la práctica era un crédito a 20 años.
Después, Goldman se lavó
las manos. Aseguró la transacción con una serie de contratos con el banco
alemán Hypo Real Estate y el griego Banco Nacional y, finalmente, lo sacó de su
balance, al transmitirlo a Titlos, un Vehículo Especial de Inversión (el mismo tipo
de entelequias en el que los bancos metían los bonos basados en hipotecas basura) en Londres.
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