martes, 22 de julio de 2014

Goldman Sachs: La dinastía que revolucionó las finanzas



(La columna de Carlos Salas en el suplemento económico de El Mundo del 25 de abril de 2010)

Marcus Goldman nació en la diminuta localidad alemana de Trappstadt en 1821, vivió 85 años y, antes de morir, dio lugar al banco de inversión más famoso del mundo, al más innovador y al más polémico.
Todo empezó en un año cósmico. En 1848, las malas cosechas, la desconfianza hacia el Absolutismo, el hambre, las vergonzosas condiciones de trabajo y la fuerza de la opinión pública gracias a la prensa, convergieron en un estallido de ira popular en París. Los trabajadores paralizaron las fábricas. Salieron a la calle. Era la rebelión. 

Ya casi como una premonición, Carlos Marx había escrito a principios de aquel año el Manifiesto comunista. Era el nacimiento del comunismo, pero también del socialismo, del liberalismo, de la democracia y del nacionalismo, palabras que surgieron con una potencia salvaje, y con un contagio tan rápido y poderoso que, en toda Europa, los nobles, los comerciantes y los políticos conservadores temieron el fin de su sistema. Con linchamientos, torturas, ahorcamientos y paredones, las rebeliones fueron sofocadas. 

Dado que la Historia es una cadena sincronizada de hechos nada fortuitos, este fracaso popular originó el nacimiento de Goldman Sachs. Por aquel entonces, los judíos que vivían en muchas ciudades bávaras no tenían los mismos derechos que los alemanes. Eran Schutzjuden, judíos acogidos que debían pagar por su seguridad, así como por tener derecho a vivir en esas localidades. Tradiciones de la Edad Medía. Las 53 familias judías de Trappstadt vivieron con ilusión la Primavera revolucionaria de 1848 porque pensaron que les liberaría de sus cargas. Muchas de esas familias emigraron a EEUU cuando constataron el fin de sus sueños. 

Entre ellos estaba Marcus Goldman. Marcus empezó a trabajar en Filadelfia como vendedor ambulante, primero a pie y luego subido al pescante de un coche tirado por un caballo, según cuenta Katja Behling en De una empresa familiar a Goldman Sachs. Luego, el señor Goldman se casó con otra emigrante alemana llamada Bertha, con la que tendría cinco hijos. Ella era costurera. Los dos abrieron una tienda de ropa en esa ciudad y progresaron modestamente.

Pero antes habrían de pasar algunas cosas importantes en esta historia. Joseph Sachs, hijo de un talabartero de un pueblo colindante a Würzburg (Baviera), tenía tan buena formación que era el tutor de la hija de un rico orfebre de esa ciudad. Como suele pasar, Joseph y Sophie se enamoraron. Los padres de ella se oponían a ese matrimonio, así que Sophie y Joseph huyeron en 1848 a la tierra donde nadie les podía prohibir nada: Estados Unidos de América. Allí conocieron a los Goldman, y no sólo estrecharon lazos familiares (dos hijas de Goldman se casarían con dos hijos de Sachs), sino que decidieron unir esfuerzos. 

Eso sucedería en 1869, cuando el viejo Marcus Goldman, que ya vivía en Nueva York, ofreció a su yerno, Samuel Sacha, crear una empresa que se dedicara a algo más jugoso que vender ropa: el papel comercial. En realidad, ellos solos inventaron este negocio. Consistía en apoyar a nuevas empresas, o resolver problemas de tesorería, emitiendo papel comercial. El papel comercial es como un bono de empresa pero con muy corto vencimiento, menos de un año. Vendría a ser algo así como las emisiones actuales de Rumasa: no necesitan el control de las autoridades, pues son contratos mercantiles para obtener dinero sin pasar por los bancos. 

Goldman Sachs tuvo tanto éxito que llegó a realizar operaciones por valor de cinco millones de dólares al año. Impresionados por su eficacia, en 1896 los grandes operadores de Wall Street invitaron a la ya reputada casa Goldman Sachs a formar parte de la Bolsa de Nueva York.
Goldman afianzó aún más su fama, pues participó en las mayores operaciones financieras del nacimiento del siglo XX, el siglo de los financieros: la salida a Bolsa de General Cigar, el gigantesco estreno de Sears Roebuck, y luego, Macy's, Woolworth, Studebaker... 

Enloquecidos por las operaciones bursátiles, los norteamericanos se convirtieron pronto en hábiles inversores. Y para facilitar el acceso del americano medio al mercado de valores, Goldman Sachs, en un alarde de imaginación, fue incluso más lejos, pues en los años 20 inventó el moderno apalancamiento financiero. 

No hacía falta comprar el 100% de una acción. Bastaba con depositar una parte del precio, pactar un día de venta, y entonces ganar dinero. Se ganaba siempre que la Bolsa subiera, claro. Miles de familias norteamericanas entraron en este juego tan sencillo, hasta que, como dijo John Rockefeller, si tu chófer habla de la Bolsa, entonces es la hora de salir. 

Como resultado de ese gigantesco endeudamiento, la Bolsa de Nueva York estaba demasiado caliente: los valores eran exagerados, Y estas cifras no coincidían con los stocks y las ventas reales de sus productos. En octubre de 1929, el mercado dio marcha atrás. Fueron semanas de caídas. Una ruina pesada se apoderó de tantos millones de personas que los hoteles recibían huéspedes y les preguntaban: «¿Para dormir o para saltar?». 

Entre los causantes de esta grave crisis estaba una empresa llamada Goldman Sachs Trading Corp, que se comportaba de la misma manera que la empresa piramidal de Bernard Madoff. Los accionistas entrantes financiaban a los más antiguos, pero en realidad era una estafa a gran escala, como la definiría el economista John Kenneth Galbraith. 

El resultado de aquel juego diabólico fue que la economía americana se paralizó una década, con el desempleo superando el 20% de la población activa. Al final, la Ley Glass-Steagall de 1933 obligó a los bancos a separar sus actividades comerciales del trading. No podrían hacer ambas cosas. La ley estuvo en vigor hasta que Clinton la derogó, en 1999. Era el año en que empezaron a crecer los modernos productos financieros de destrucción masiva. Y uno de los mayores vendedores volvía a ser de nuevo Goldman Sachs.

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