(Un artículo de Michael Lewitt en el suplemento económico de
El Mundo del 21 de marzo de 2010)
El 12 de marzo, el interventor nombrado por el tribunal para
gestionar la quiebra de Lehman Brothers Holdings dio a conocer su autopsia: 2.200
páginas sobre el hundimiento del banco de inversión en septiembre de 2009. El
informe ha sacudido hasta sus cimientos tanto a Wall Street como a la City, al revelar
las prácticas adoptadas deliberadamente por la alta dirección de Lehman con el objetivo
de dar una imagen falsa de la verdadera situación financiera de la empresa en
los meses que precedieron a su ruina.
El interventor, Anton Valukas, abogado en ejercicio y
anteriormente fiscal federal, merece que se le reconozca un mérito tremendo por
no haberse andado con miramientos a la hora de describir la conducta ilegal de
unos individuos a los que se había hecho depositarios de una responsabilidad
enorme y que abusaron de la confianza del público.
Eran muchos los que esperaban que hubiese sido pura y
simplemente incompetencia lo que llevó a la desaparición de uno de los nombres
más antiguos y más respetados de los círculos financieros, pero el informe de Valukas
deja claro que la verdad es mucho más mezquina que eso. Valukas expone con un
detalle insoportable el plan emprendido por la alta dirección de la empresa
(con el vergonzoso Richard Fuld, su anterior consejero delegado, incluido, a
pesar de que ahora lo niegue) para ocultar decenas de miles de millones de
dólares de activos y sacarlos del balance. En la presentación de los resultados
de Lehman correspondientes al segundo trimestre de 2008, el director general
financiero, Ian Lowitt, afirmó que Lehman había reducido su apalancamiento
financiero en balance de 15,4 veces a tan solo 12.
Todo era mentira, porque Lowitt ya se cuidó de silenciar que
Lehman había ocultado 50.000 millones de dólares mediante una operación temporal
que no aparecía reflejada en balance, tristemente célebre desde ahora y para
siempre con el nombre de Repo 105. La
predecesora de Lowitt, Erin Callan, ya se había dejado en el tintero que la
empresa había ocultado, en el mismo año, de manera similar deudas de 49.000
millones de dólares.
Por escandalosa que parezca una conducta semejante, sin
embargo, es posible que sea defendible ante los tribunales de justicia. ¿Que
cómo es posible? Pues porque, según parece, estas maquinaciones contables se realizaron
bajo la atenta mirada de los organismos reguladores. Los reguladores estaban presentes
en Lehman Brothers durante el periodo en que se llevaron a cabo las operaciones
del Repo 105. Los que por entonces
eran el presidente de la Reserva Federal de Nueva York, Timothy Geithner; y el
alto comisario de la SEC, Christopher Cox, habían enviado a sus equipos de
inspección al banco de inversión a primeros de 2008 para que supervisaran sus
operaciones.
En su informe, Valukas hizo constar que «el tema recurrente
ha sido que Lehman aportó información financiera detallada y completa a los
organismos oficiales». Los empleados le confesaron, sin embargo, que «el Gobierno
nunca planteó objeciones de fondo ni indicó a Lehman que adoptara ninguna medida
correctora». Varios días después de la presentación del informe Valukas, la presidenta de la SEC, Mary Shapiro, se vio
obligada a comparecer ante el Congreso para entonar el mea culpa. En una de las explicaciones menos satisfactorias que
puedan oírse en 2010 describió como «terriblemente deficiente en cuanto a
planificación y ejecución» la labor de supervisión de la SEC en Lehman.
No obstante, este recentísimo fallo del organismo público,
quizás el más lamentable en una institución concebida aparentemente para
proteger a los inversores, puede atribuirse a dos razones. La primera es que,
con plena conciencia de lo que hacían, les reguladores tomaron la decisión de
que obligar a Lehman a revelar sin tapujos su situación habría hecho temblar la
confianza de los mercados financieros hasta niveles inaceptables. Esta explicación
resulta coherente con las medidas que adoptó el Gobierno en otros aspectos de la
crisis, en concreto, con los pagos innecesarios a los homólogos de AIG, de los
que el Gobierno se negó a informar hasta una vez consumados les hechos.
La segunda explicación es que el personal de la SEC enviado
al banco era incompetente y no entendía el fraude contable en el que Lehman se
había embarcado. Esta explicación es coherente con la incapacidad de la Comisión
de Valores estadounidense para desenmascarar el fraude de Bernard Madoff y con muchos
otros ejemplos de incompetencia de la SEC.
Lo más aterrador de las maquinaciones contables de Lehman es
la enorme similitud que reflejan con las perpetradas por Enron y WorldCom hace
apenas unos pocos años. En el caso de Enron, se sacaban activos del balance con
la promesa de que la empresa los recompraría posteriormente, lo que permitía a
Enron dar una imagen falsa de su verdadera situación financiera. Los auditores
(Arthur Andersen) dieron todas sus bendiciones a las operaciones de Enron,
igual que Ernst & Young, presuntamente, bendijo las malas prácticas de
Lehman.
En el caso de WorldCom, se capitalizaron algunos gastos
(esto es, se descontaron a lo largo de varios años) en lugar de restarlos
inmediatamente, tal y como viene exigido por los Principios de Contabilidad Generalmente
Aceptados, con lo que se creaba la ilusión de que la empresa era más rentable
de lo que era en realidad. Lehman Brothers incurrió en manipulaciones contables
parecidas para ofrecer un retrato falso y más sólido de lo que era en realidad
su situación financiera.
No obstante, hay una diferencia importante. A diferencia de
Enron y WorldCom, Lehman era una empresa financiera fundamental dentro del
sistema, en estrecha vinculación con todas las demás instituciones financieras
del mundo, prácticamente.
Como consecuencia de ello, el hundimiento de Lehman suponía
una amenaza importante para todo el conjunto del sistema financiero, lo cual
era perfectamente conocido por los directivos de Lehman, así como por los reguladores
que supuestamente los estaban supervisando. Por último, la alta dirección de Lehman
actuó con pleno conocimiento de lo que había ocurrido con Enron y WorldCom. En
lugar de aprender de la historia, se limitó simplemente a repetirla en un
contexto que transformaba le que hacían en algo infinitamente más peligroso.
Podrá ser legalmente cuestionable que Richard Fuld, Ian
Lowitt, Erin Callan y los demás responsables sean declarados culpables por lo
que hicieron, pero de lo que no cabe duda es de que son moralmente responsables.
Incluso aunque se diera la circunstancia de que su conducta quedase fuera del
alcance de los tribunales, la comunidad empresarial debería dejar claro a
semejantes individuos que su conducta ha sido reprensible. Basta con que a
ninguno de esos individuos se le conceda de nuevo la oportunidad de trabajar en
puestos en los que puedan volver a causar perjuicios a los mercados
financieros.
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