domingo, 20 de julio de 2014

La vergüenza de Lehman



(Un artículo de Michael Lewitt en el suplemento económico de El Mundo del 21 de marzo de 2010)

El 12 de marzo, el interventor nombrado por el tribunal para gestionar la quiebra de Lehman Brothers Holdings dio a conocer su autopsia: 2.200 páginas sobre el hundimiento del banco de inversión en septiembre de 2009. El informe ha sacudido hasta sus cimientos tanto a Wall Street como a la City, al revelar las prácticas adoptadas deliberadamente por la alta dirección de Lehman con el objetivo de dar una imagen falsa de la verdadera situación financiera de la empresa en los meses que precedieron a su ruina. 

El interventor, Anton Valukas, abogado en ejercicio y anteriormente fiscal federal, merece que se le reconozca un mérito tremendo por no haberse andado con miramientos a la hora de describir la conducta ilegal de unos individuos a los que se había hecho depositarios de una responsabilidad enorme y que abusaron de la confianza del público. 

Eran muchos los que esperaban que hubiese sido pura y simplemente incompetencia lo que llevó a la desaparición de uno de los nombres más antiguos y más respetados de los círculos financieros, pero el informe de Valukas deja claro que la verdad es mucho más mezquina que eso. Valukas expone con un detalle insoportable el plan emprendido por la alta dirección de la empresa (con el vergonzoso Richard Fuld, su anterior consejero delegado, incluido, a pesar de que ahora lo niegue) para ocultar decenas de miles de millones de dólares de activos y sacarlos del balance. En la presentación de los resultados de Lehman correspondientes al segundo trimestre de 2008, el director general financiero, Ian Lowitt, afirmó que Lehman había reducido su apalancamiento financiero en balance de 15,4 veces a tan solo 12.
Todo era mentira, porque Lowitt ya se cuidó de silenciar que Lehman había ocultado 50.000 millones de dólares mediante una operación temporal que no aparecía reflejada en balance, tristemente célebre desde ahora y para siempre con el nombre de Repo 105. La predecesora de Lowitt, Erin Callan, ya se había dejado en el tintero que la empresa había ocultado, en el mismo año, de manera similar deudas de 49.000 millones de dólares. 

Por escandalosa que parezca una conducta semejante, sin embargo, es posible que sea defendible ante los tribunales de justicia. ¿Que cómo es posible? Pues porque, según parece, estas maquinaciones contables se realizaron bajo la atenta mirada de los organismos reguladores. Los reguladores estaban presentes en Lehman Brothers durante el periodo en que se llevaron a cabo las operaciones del Repo 105. Los que por entonces eran el presidente de la Reserva Federal de Nueva York, Timothy Geithner; y el alto comisario de la SEC, Christopher Cox, habían enviado a sus equipos de inspección al banco de inversión a primeros de 2008 para que supervisaran sus operaciones. 

En su informe, Valukas hizo constar que «el tema recurrente ha sido que Lehman aportó información financiera detallada y completa a los organismos oficiales». Los empleados le confesaron, sin embargo, que «el Gobierno nunca planteó objeciones de fondo ni indicó a Lehman que adoptara ninguna medida correctora». Varios días después de la presentación del informe Valukas, la presidenta de la SEC, Mary Shapiro, se vio obligada a comparecer ante el Congreso para entonar el mea culpa. En una de las explicaciones menos satisfactorias que puedan oírse en 2010 describió como «terriblemente deficiente en cuanto a planificación y ejecución» la labor de supervisión de la SEC en Lehman. 

No obstante, este recentísimo fallo del organismo público, quizás el más lamentable en una institución concebida aparentemente para proteger a los inversores, puede atribuirse a dos razones. La primera es que, con plena conciencia de lo que hacían, les reguladores tomaron la decisión de que obligar a Lehman a revelar sin tapujos su situación habría hecho temblar la confianza de los mercados financieros hasta niveles inaceptables. Esta explicación resulta coherente con las medidas que adoptó el Gobierno en otros aspectos de la crisis, en concreto, con los pagos innecesarios a los homólogos de AIG, de los que el Gobierno se negó a informar hasta una vez consumados les hechos. 

La segunda explicación es que el personal de la SEC enviado al banco era incompetente y no entendía el fraude contable en el que Lehman se había embarcado. Esta explicación es coherente con la incapacidad de la Comisión de Valores estadounidense para desenmascarar el fraude de Bernard Madoff y con muchos otros ejemplos de incompetencia de la SEC. 

Lo más aterrador de las maquinaciones contables de Lehman es la enorme similitud que reflejan con las perpetradas por Enron y WorldCom hace apenas unos pocos años. En el caso de Enron, se sacaban activos del balance con la promesa de que la empresa los recompraría posteriormente, lo que permitía a Enron dar una imagen falsa de su verdadera situación financiera. Los auditores (Arthur Andersen) dieron todas sus bendiciones a las operaciones de Enron, igual que Ernst & Young, presuntamente, bendijo las malas prácticas de Lehman. 

En el caso de WorldCom, se capitalizaron algunos gastos (esto es, se descontaron a lo largo de varios años) en lugar de restarlos inmediatamente, tal y como viene exigido por los Principios de Contabilidad Generalmente Aceptados, con lo que se creaba la ilusión de que la empresa era más rentable de lo que era en realidad. Lehman Brothers incurrió en manipulaciones contables parecidas para ofrecer un retrato falso y más sólido de lo que era en realidad su situación financiera. 

No obstante, hay una diferencia importante. A diferencia de Enron y WorldCom, Lehman era una empresa financiera fundamental dentro del sistema, en estrecha vinculación con todas las demás instituciones financieras del mundo, prácticamente. 

Como consecuencia de ello, el hundimiento de Lehman suponía una amenaza importante para todo el conjunto del sistema financiero, lo cual era perfectamente conocido por los directivos de Lehman, así como por los reguladores que supuestamente los estaban supervisando. Por último, la alta dirección de Lehman actuó con pleno conocimiento de lo que había ocurrido con Enron y WorldCom. En lugar de aprender de la historia, se limitó simplemente a repetirla en un contexto que transformaba le que hacían en algo infinitamente más peligroso. 

Podrá ser legalmente cuestionable que Richard Fuld, Ian Lowitt, Erin Callan y los demás responsables sean declarados culpables por lo que hicieron, pero de lo que no cabe duda es de que son moralmente responsables. Incluso aunque se diera la circunstancia de que su conducta quedase fuera del alcance de los tribunales, la comunidad empresarial debería dejar claro a semejantes individuos que su conducta ha sido reprensible. Basta con que a ninguno de esos individuos se le conceda de nuevo la oportunidad de trabajar en puestos en los que puedan volver a causar perjuicios a los mercados financieros.

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