(La columna de Pablo Pardo en el suplemento económico de El
Mundo del 30 de junio de 2013)
Los consejeros delegados ¿son buenos gestores? En teoría,
ésa es una pregunta que se cae por su propio peso. Pero solo en teoría. Un
sondeo de la Universidad de Stanford y de la consultora The Miles Group, realizado entre miembros de consejos de
administración, revela lo contrario: los representantes de los accionistas creen
que los máximos directivos practican una política de 'tierra quemada'. O sea,
les da igual que sus subordinados estén contentos o les odien, no fomentan la
creatividad de su gente, retienen la información para sí mismos y no
promocionan a nadie. Es una especie de choque de las bellas historias de las
escuelas de management con la
realidad (http://www.gsb.stanford.edu/cldr/research/surveys/performance.html)
Según el estudio, a los accionistas eso les da igual. Es
algo que Susan Adams, periodista de Forbes, valora muy positivamente, porque
los accionistas pagan a los directivos para que hagan a las empresas rentables
y suban el precio de la acción, no para traer la felicidad al mundo.
(http://www.pnas.org/content/109/25/E1588.full.pdf?sid=3f37a748-6481-473e%20-8377-88fa5574b2c4).
El problema, sin embargo, es en el largo plazo. Si un
directivo tiene incentivos para no trabajar en equipo, puede entrar en una
pendiente en la que acabe también fijándose medios de compensación ajenos a la
marcha de la empresa. Y es que el éxito no hace necesariamente mejor a las
personas. La gente con ingresos más altos, de hecho, es más propensa a mentir y
hasta a robar dulces a los niños. O, al menos, esa es la conclusión Paul Piff, profesor
de la Universidad de Berkeley. (http://www.pnas.org/content/109/11/4086.full.pdf?sid=3f37a748-6481-473e-8377-%2088fa5574b2c4).
Claro que una cosa es quitar una chocolatina a un niño y otra muy distinta
engañar a un hedge fund que ha invertido
en una empresa.
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