viernes, 9 de mayo de 2014

Los peligros de la estabilidad



(Un texto de Michael Lewitt en el suplemento económico de El Mundo del 7 de junio de 2009)

Hyman Minsky y Mancur Olson no son lo que se dice unas personas muy conocidas. Sin embargo, sí a políticos e inversores les hubieran sonado algo las teorías expuestas en los años 80 por estos economistas norteamericanos relativamente desconocidos, la crisis financiera del ano pasado podría haberse evitado.

En su obra maestra, Stabilizing an Unstable Economy (Estabilización de una economia inestable), de 1986, Hyman Minsky argumentaba que las sociedades y las economías estables siembran las semillas de su propia destrucción. La gente tiende a dar por hecho que el futuro se parecerá al pasado aun a pesar de que semejante suposición no resiste el contraste con la Historia. Como consecuencia de ello, cuando la economía entra en un período de estabilidad relativa, inversores, bancos, políticos y consumidores dan por hecho que las condiciones se mantendrán estables indefinidamente. Poco a poco, asumen mayores riesgos, unos solicitando y otros concediendo más y más préstamos, lo que solapadamente trae como consecuencia el incremento generalizado de la inestabilidad del sistema con el paso del tiempo. Al final, el fenómeno da lugar a una economía fuertemente apalancada que es inestable y propensa a la crisis.

Minsky describe tres fases en las finanzas. En la primera fase, conocida como «financiación con cobertura», los inversores tienen capacidad para devolver sus préstamos con el dinero en efectivo que generan. En la segunda fase, conocida como «financiación especulativa», el dinero en efectivo no llega más que para pagar los intereses de los préstamos y hay que refinanciar el principal por medio de nuevos préstamos. En la tercera fase, conocida como «financiación a lo Ponzi» (que recibe su nombre del famoso estafador de los años 20 Charles Ponzi), el dinero en efectivo que se genera es insuficiente para pagar tanto los intereses como el principal del crédito y hacen falta nuevos préstamos para hacer frente a todos los conceptos de las obligaciones de pago de una empresa. No hay más salida que aumentar la valoración de los activos con la finalidad de obtener nuevos préstamos.

Mientras que la «financiación con cobertura» es vulnerable al riesgo normal de que una empresa no sea capaz de generar ni suficientes ingresos ni suficientes beneficios, la «financiación especulativa» y la «financiación a lo Ponzi» dependen por entero de las condiciones de los mercados financieros. Los que prestan el dinero tienen que creerse que el valor de las propiedades y del negocio de una empresa va en aumento para ampliar la línea de crédito, porque el volumen de las obligaciones de pago de la empresa crece sin que se le ponga un límite.

La estabilidad de la economía se mide por el porcentaje de financiación que puede encuadrarse en cada una de esas tres categorías; una economía que se base principalmente en «financiación a lo Ponzi» será la menos estable y la más propensa a una crisis. La economía global y. muy en especial, los mercados de capitales de Estados Unidos y de Europa han sido en gran medida mercados de «financiación a lo Ponzi» en los años anteriores a la crisis de 2008. Los inversores que reconocieron el fenómeno fueron capaces de evitar pérdidas catastróficas. El antídoto contra unos mercados inestables son unas políticas monetarias y fiscales anticíclicas.

Desgraciadamente, las políticas de Estados Unidos y Europa fueron procíclicas en los años anteriores a la crisis del año pasado, lo que agravó esas mismas condiciones que incrementaban el riesgo y la inestabilidad. La Reserva Federal de Estados Unidos mantuvo durante demasiado tiempo unos tipos de interés bajos mientras que el Banco Central Europeo (BCE) recibió duras críticas por su empeño en mantener la inflación a raya por la vía de sostener unos tipos relativamente altos. A las instituciones financieras se las permitió mantener unos ratios bajos de capital en relación con sus activos de riesgo y se les permitió apalancar sus balances hasta niveles insostenibles. La consecuencia fue que sus respectivos gobiernos tuvieron que acudir al rescate de esas instituciones porque habían caído en la trampa que el profesor Minsky había descrito 20 años antes.

El texto clásico de Mancur Olson sobre crecimiento económico se había publicado en 1982, cuatro años antes que el del profesor Mynsky y llevaba por título The Rise and Decline of Nations (El auge y el declive de las naciones). La tesis del profesor Olson era análoga a la de profesor Minsky y sostenía que, cuanto más tiempo disfrutase de estabilidad política una sociedad, más probable era que desarrollase poderosos grupos de presión con intereses particulares que terminarían convirtiéndola en menos eficaz en el plano económico. El profesor Olson realizó una serie de observaciones de singular importancia sobre estos grupos de presión guiados por intereses particulares que en la actualidad dominan la política en la mayor parte de los países occidentales.

En primer lugar, el profesor Olson sostuvo que estos grupos invierten sus energías, por encima de todo, en la distribución de las rentas y las riquezas en lugar de trabajar en cómo aumentar la producción económica. Se trata de un ataque ciertamente feroz a grupos sociales que, como los sindicatos, han experimentado pérdidas catastróficas de puestos de trabajo y de ingresos en Estados Unidos a lo largo de los últimos años (en la industria del automóvil, por ejemplo). La segunda observación que el profesor Olson realizó es que estos grupos actúan de tal manera que distorsionan los incentivos económicos y la dirección en que evoluciona la economía; sus esfuerzos tienden a reducir los incentivos a la producción y alimentan la ineficacia económica.

El hundimiento de la industria del automóvil en Estados Unidos es un ejemplo perfecto de la teoría del profesor Olson. Durante muchos años, a los sindicatos se les ha permitido que tuvieran secuestradas como rehenes a estas empresas con el fin de arrancarles unas condiciones salariales y de prestaciones sociales antieconómicas que, en último término, han hecho que estas empresas sean incapaces de competir con empresas extranjeras no dominadas por los sindicatos, como Toyota, por ejemplo. Es más, los sindicatos no tenían ningún interés en trabajar para contribuir a que estos fabricantes fueran más competitivos, sino en sacar más dinero para sus trabajadores.

Un planteamiento más equilibrado de la dirección de los sindicatos habría sido de más utilidad para sus trabajadores afiliados, que en estos momentos están perdiendo sus empleos y las prestaciones sociales. Los directivos de las empresas son igualmente responsables por haber cedido a estas exigencias desmesuradas de los obreros y por haberse resistido a que las empresas se pusieran a fabricar automóviles más eficaces en el consumo de combustibles.

El sector norteamericano del automóvil es un desdichado ejemplo de la teoría del profesor Olson de que una sociedad relativamente estable deja que se desarrollen grupos sociales con intereses particulares y que acrecienten su poder, lo que les permite colocar sus propios intereses particulares por encima de los de la sociedad en su conjunto hasta que finalmente se lavan las manos ante cualquier responsabilidad. Ésta es una tragedia que unos líderes políticos y empresariales con mayor visión de futuro (y con conocimientos de la obra de los profesores Olson y Minsky) podrían haber evitado.

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