(Un texto de John Muller en el suplemento económico de El Mundo del 17
de enero de 2010)
Desde agosto de 2007, cuando se inició la crisis económica que vivimos,
muchos han comparado esta etapa con la caída del Muro de Berlín que condujo al fin
del sistema soviético. El mercado ha sido satanizado no sólo por los
partidarios del intervencionismo, que siempre desconfiaron de él, sino por
quienes más íntimamente habían depositado su fe en el capitalismo. Ahí está Alan
Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal, quien confesó ante el Congreso de
EEUU que todo aquello en lo que había creído durante 40 años «estaba
equivocado». No hay mucha diferencia entre sus confesiones y las de un ciudadano
de la desaparecida RDA tras la caída del Muro.
O el caso de Gerardo Díaz Ferrán, el jefe de los empresarios españoles,
que pidió hacer «un paréntesis en la economía de mercado» porque desde 1967 no había
visto una crisis igual, postura que se hizo muy popular entre algunos
banqueros. ¿Qué se podía esperar si el supuesto campeón de los neocon, George W. Bush, declaraba el 16 de
diciembre de 2008: «Con el fin de asegurar que la economía no se desplome he
abandonado los principios del libre mercado para salvar el sistema de libre mercado»?
Entre las convicciones ideológicas de unos y la actitud acomodaticia de
otros, la idea de que el mercado fue el culpable de la crisis ha calado
profundamente. Pero comienzan a surgir los estudios académicos que llevan la contraria
a lo obvio, los informes forenses de distintas instituciones públicas y
privadas, y ya están cuajando las investigaciones de la Comisión de Investigación
de la Crisis Financiera del Congreso de EEUU.
Uno de los textos más reveladores es el opúsculo Sin Rumbo del profesor John B. Taylor de la Universidad de Stanford
e investigador de la Hoover Institution, que ha editado en España la editorial
Gota a Gota de la fundación Faes, ligada al ex presidente José María Aznar.
El informe tiene apenas 77 páginas, se lee muy rápidamente, y lleva
como subtitulo la conclusión principal de Taylor: "De cómo las acciones e
intervenciones públicas causaron, prolongaron y empeoraron la crisis financiera».
Pedro Schwartz, que escribe el prólogo, afirma que le recomendó a Gota a Gota
publicar este estudio «porque era uno de los pocos escritos en los que se
analizaba la parte de culpa de las instituciones estatales en la crisis
financiera y económica».
El libro de Taylor no es un alegato ideológico, sino un denso análisis
empírico. El autor es indisimuladamente monetarista (esa escuela económica que
Milton Friedman fundó en la Universidad de Chicago) y es muy conocido en el
mundo académico y de las políticas fiscales porque formuló en 1993 la llamada
regla de Taylor a partir del estudio del comportamiento de los bancos
centrales. Taylor descubrió que los bancos emisores modifican los tipos de
interés por dos motivos: si la inflación esperada está por encima o por debajo
del objetivo marcado a largo plazo, y si la economía se ha alejado de su senda
de crecimiento normal.
En concreto, el profesor de Stanford observó que la Reserva Federal de
EEUU elevaba un 1,5% el tipo de interés si la inflación se desviaba un entero
por encima del objetivo y reducía el tipo un 0,5% si el PIB caía un entero por
debajo de su tendencia histórica. O sea, la Fed reaccionaba con más dureza ante
la amenaza de inflación que ante la caída de la actividad económica.
Cuando analiza las causas de la crisis, Taylor denuncia que fue la
generosa política de liquidez de la Fed, que a partir de 2001 mantuvo los tipos
de interés mucho más bajos de lo que aconsejaba la regla de Taylor, la que hinchó
la burbuja inmobiliaria y los mercados bursátiles que Greenspan hallaba víctimas
de una «exuberancia irracional». Todo esto lo demuestra con modelos matemáticos
que prueban la correlación perfecta entre la política monetaria y el auge y
caída de la burbuja inmobiliaria en EEUU. [Esa correlación también se produjo
en España, con una burbuja agravada por dos factores: unos bajísimos tipos de
interés que durante muchos años realmente fueron negativos y la permanencia de
ayudas fiscales a la vivienda, ideadas cuando el coste de financiación era
muchísimo mayor.]
Taylor asegura que, además, la crisis se ha prolongado porque los
bancos centrales se equivocaron al identificar su naturaleza: confundieron la crisis
de solvencia del sistema financiero con una de liquidez. Según él, todos los
planes que inyectaron dinero al mercado no han hecho más que prolongar el
problema en el tiempo. Como prueba de ello analiza el precio del crudo, que
alcanzó su récord histórico un año después de que se iniciara la crisis subprime.
Taylor se niega a atribuir al hundimiento de Lehman Brothers la
responsabilidad del empeoramiento de la crisis. Analiza el proceso de toma de
decisiones y demuestra que no fue la caída de Lehman, sino el plan del Gobierno
de EEUU, anunciado una semana después, el que realmente deterioró la situación
al añadir incertidumbre. ¿Por qué se dejaba caer a Lehman después de salvar a
Bear Sterns? De hecho, poco después volvieron a salvar a la aseguradora AIG. «En
este libro expongo pruebas empíricas de que las acciones e intervenciones del
sector publico han causado, prolongado y empeorado la crisis financiera», dice
Taylor. «Aunque desde luego hubo más factores en juego, esas acciones gubernamentales
deberían figurar en los primeros puestos en la lista de respuestas a la
pregunta de qué es lo que falló».
Taylor propone tres medidas para salir del agujero: primero, regresar
al conjunto de principios» que proporcionó crecimiento estable en las últimas
dos décadas; segundo, establecer para cualquier intervención pública futura un
diagnóstico claro, y tercero, crear un marco predecible para la asistencia
económica a las instituciones financieras en crisis.
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