(Un texto de Enrique Mora en el suplemento económico de El Mundo del 2
de mayo de 2010)
El futuro ya no es lo que era
es una antigua e ingeniosa fórmula acuñada para aquellas situaciones en las que
las expectativas -y las esperanzas- parecen deteriorarse sin remedio. Bien podría
ser ése el lema de la Unión Europea desde la entrada en vigor el Tratado de Lisboa.
Lo que se anticipaba como un nuevo periodo dorado del proyecto europeo se está estrenando
con una de sus peores épocas de paralización e incompetencia.
La Unión nunca ha estado bien preparada para lidiar con situaciones de
crisis. El complejo sistema de toma de decisiones impide la agilidad necesaria en
esas circunstancias. Se suponía que el Tratado paliaría esta carencia. Pues no.
El Gobierno griego anunció en octubre de 2009, poco después de llegar
al poder, que estaba revisando «sustancialmente al alza», las cifras de déficit
público dejadas por sus predecesores. Ya desde ese momento era evidente que se
estaba cocinando una crisis de deuda y que Grecia necesitaría ayuda. Hace medio
año de aquello y las instituciones europeas siguen discutiendo un plan de rescate.
Mientras tanto, el mercado dio hace semanas su veredicto a través de la subida de
tipos de interés de la deuda griega y de las primas pagadas para asegurarla:
Grecia suspenderá pagos.
En qué medida y cuándo son las incógnitas a despejar, no el hecho en
sí. En una crisis como ésta, el tiempo es el peor enemigo. Los actores económicos
acomodan sus expectativas por días, cuando no por horas. Es falso que los especuladores
sean los responsables de una quiebra de este tipo -no hay más responsable que la
sociedad griega- pero sí son los primeros en reaccionar. Tras ellos va la cadena
de inversores institucionales y privados. A la cola del pelotón van los
ciudadanos. Pues bien, los griegos con ahorros llevan ya semanas sacando su
dinero del país. Es la puntilla para un sistema financiero ya bastante descapitallzado.
Y la Unión sigue sin reaccionar.
Cuando se busca un responsable a la incapa· cidad europea, el dedo acusador
apunta en gran medida hacia Alemania. La actitud de la canciller Merkel, que
teme perder votos e impide una decisión sobre la ayuda antes de las elecciones
regionales en Renania del Norte, es señalada en Bruselas como la causa
principal de la paralización. Aunque las instituciones comunitarias tienen
parte de culpa, es en efecto la actitud alemana la que está detrás de gran
parte del deterioro en los mercados.
Pero es que Alemania tiene todo el derecho a negarse al rescate
financiero de Grecia. Y legitimidad para hacerlo. Las reglas de juego del euro han
estado claras desde el principio: el artículo 125 del Tratado prohíbe
expresamente las ayudas extraordinarias en situaciones como las que vive
Grecia, y ésta fue una de las condiciones impuestas por Alemania para abandonar
el marco.
La triquiñuela legal buscada por la Comisión para justificar la ayuda, el
articulo 122, que se refiere a «situaciones de necesidad crea· das por
desastres naturales o sucesos extraordinarios fuera del control de un Estado miembro»,
da una idea de la calidad de las propuestas y las decisiones planteadas.
Berlín tiene perfecto derecho a oponerse a semejante enjuague. A lo que
no tiene derecho es a jugar, por razones de política interna, con una situación
de esta gravedad. Y eso es lo que está haciendo. El sí, pero no nos lleva a todos al borde del precipicio.
La señora Merkel no quiere perder votos, pero tampoco puede permitir
que sus bancos pierdan una parte sustancial de los 30.000 millones de euros en
bonos griegos que atesoran (es un decir) en sus balances. La consecuencia es
que no da su asentimiento al plan de rescate, al menos no antes de las elecciones
del 9 de mayo, pero no puede rechazarlo. No es indecisión ante dos malas
alternativas; es irresponsabilidad. El hecho inaudito de llevar a Berlín, el
pasado miércoles, al director del FMI y al gobernador del BCE para que convencieran
a todos de la gravedad de la situación tampoco avala su liderazgo.
Es Grecia quien debe cortar este nudo ante la incapacidad de la UE para
dar una respuesta. La solución sólo puede ser recurrir al FMI, olvidarse de la Unión,
y negociar un plan de rescate con una entidad que pone condiciones duras, pero
que da seguridad y hace previsible el futuro. Y eso es lo que más necesita
Atenas en este momento. Y da una ayuda más barata. No es una de las paradojas
menores de esta historia que el FMI preste al 2% y la UE al 5%. El golpe a la credibilidad
de la Unión sería mayúsculo, pero quizá sea lo que necesite para despertar de
una paralización irresponsable. Mientras no lo haga, será parte del problema y
no de la solución.
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