jueves, 11 de septiembre de 2014

Lecciones del ‘crack’ del 29



(La columna de Carlos Salas en el suplemento económico de El Mundo del 28 de septiembre de 2008)
Sucedió en un hotel de Nueva York. Llegó un señor muy elegante y pidió una habitación en los pisos más altos y con hermosas vistas. «¿Para dormir o para saltar?», preguntaron los conserjes. No bromeaban. Aquel hombre tenía cara de ser una desesperada víctima de Wall Street.

Todo el paisaje de la calle financiera más famosa del mundo parecía un gran almacén en liquidación de cuyos edificios en ruinas emergían zombis arruinados. El tifón financiero se había llevado tantos empleados ricos y de coches deslumbrantes que la Casa de la Moneda pensó en acuñar millones de monedas pequeñas porque imaginó que una tromba de parados iba a usar el metro por primera vez.

Los analistas escribieron unas crónicas donde dijeron que «de la misma manera que el descubrimiento de América o la Revolución Francesa cambiaron la faz del mundo, el crack americano trastornó completamente el mundo occidental, la fisonomía de la vida económica y con ella la estructura social».

Ha sido la mayor catástrofe financiera jamás contada. Pero ustedes sólo la recordarán por las fotografías en blanco y negro. Fue el crack de 1929. Hace casi 80 años. Hasta aquel fatídico jueves de octubre en que los valores de Wall Street se hundieron un 13%, la palabra que mejor definía la situación de EEUU era «Prosperity». Pero en realidad era una exuberancia irracional.

André Kostolany vivió muy de cerca aquellos días de tormentas y más tarde escribiría: «En el año 1929 ocurrió la más grande catástrofe financiera que se haya producido jamás». Kostolany era húngaro, como George Soros. Poseía pasaporte norteamericano, como Soros. Y era uno de los mayores jugadores de Bolsa de su tiempo, como hoy lo es Soros.

Cuenta este húngaro que tras aquel calamitoso jueves de octubre de 1929, el Gobierno de Estados Unidos hizo declaraciones oficiales en la prensa con llamadas a la calma. Los banqueros más poderosos se reunieron para inyectar 240 millones de dólares al mercado, suma gigantesca entonces, y quien dirigió la operación fue el vice- presidente de la Bolsa de Nueva York.

Vaya, eso me suena a... lo tengo en la punta de la lengua.

Según Kostolany, el precio de las acciones estaba hinchado. ¿Culpable? Se habían realizado muchas compras al descubierto o a crédito, y llegó un momento en que la euforia alcista impidió a los inversores ver que la burbuja estaba a punto de estallar. Los especuladores jugaban al alza, claro, porque pensaban que eso iba a subir y subir y subir. Puro farol. Kostolany, en cambio, jugó a la baja en aquel crack y explicaba el mecanismo en su divertido libro Así es la Bolsa (Editorial Vergara).

Primero, usted piensa que un valor va a bajar y lo compra a 100 dólares. Pero en realidad no desembolsará nada hasta dentro de un mes. Si pasados 30 días, ese valor está en 80 dólares, usted los adquiere a 80 y los vende a 100, como está previsto en su contrato. Se embolsa 20 dólares.

En el crack del lunes 15 de septiembre [de 2008], algo parecido ha sucedido pues la Bolsa está infectada de operaciones al descubierto. No a 30 días, sino a un plazo de tres días. Y todo sin desembolsar dinero. Además, alguien se inventó un producto financiero llamado CDS (Credit Default Swaps) para colocar los créditos de dudoso cobro. Era una especie de seguro contra los morosos, pero cuando esos seguros tienen el tamaño de un gigante, ya no son seguros. Tanto Lehman como AIG estaban atiborrados de CDS y llegó un momento en que no pudieron garantizar sus pagos, a pesar de que las firmas de calificación financiera decían que eran segurísimos. Pero, ¿es que alguien sabe cuánto valen esas cosas?

«En realidad, las cotizaciones no están nunca a su valor real. Siempre están más altas o más bajas. Si fuera posible fijar el valor exacto de una sociedad industrial no habría siquiera Bolsa. Habría un precio fijo para las acciones, el mismo cada día y para todo el mundo», dice Kostolany.
¡Qué barbaridad!, pensarán ustedes, ¿cómo es posible que oscilen tanto los valores? El mismo lunes en que las bolsas se pegaban un leñazo, el artista británico Damien Hirst subastó una vaquilla metida en formol por 13 millones de euros. ¿Quieren que les repita este párrafo? Trece millones.

Y siempre que hay un terremoto en la Bolsa aparece un organismo salvador, que puede ser un grupo de banqueros o el mismo Estado. Bush ha anunciado el nacimiento de una agencia que se hará cargo de los activos tóxicos. Poco después de la crisis de 1929, nació la Securities and Exchange Commission, un organismo para velar por la Bolsa. Y en 1913 también nació el sistema de la Reserva Federal, para coordinar la actividad de los bancos centrales de Estados Unidos, tras el crack de 1907. Perdón, ¿es que usted no oyó nunca nada de la crisis de esos años? ¿Y la del hundimiento de las minas sudafricanas de oro del 1895? ¿Y el crack de Viena de 1873? ¿Y el famoso viernes trágico de Nueva York en 1823? ¿Y la suspensión de pagos de Felipe II, emperador español?

La verdad es que los periodistas podríamos crear una plantilla denominada crisis bursátil y sacarla siempre que vinieran estos vendavales, porque así nos ahorraríamos mucho tiempo. Sucederá siempre así porque, como decía una información de la BBC sobre las lecciones de esta crisis, «Con el ritmo de las innovaciones financieras que pueden desatar una crisis, los reguladores frecuentemente no logran mantenerse al día».

Por lo menos, esta burbuja ya tiene una ciencia para estudiarla: burbujonomía (bubblenomics). Uno de los mejores resúmenes de esta ciencia, tan parecida al acelerador de partículas de Ginebra, lo hizo un dibujante para el International Herald Tribune. Aparecen dos ejecutivos succionados por un inmenso agujero negro en el espacio que se lleva sillas, mesas y edificios de Wall Street. Y uno le dice al otro: «Temo que nuestros experimentos han creado un verdadero agujero negro». (Pueden ver una selección de chistes en http:// http://www.cagle.com/trends/).

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