Productividad.
El modelo productivo alemán está basado en producir más y mejor en menos
tiempo. Y esto se consigue con el sencillo método de ligar los salarios a la
productividad y no a la inflación. En Alemania no hay un salario mínimo legislado
y el 20% de los alemanes cobran por salarios de menos de 9 euros por hora; son
los trabajadores poco productivos. El dato que cuenta en Alemania, por tanto,
no es el número de horas trabajadas, sino la productividad por hora obtenida y,
según los datos de la Oficina de Estadísticas Europea, la puntuación media de
Alemania en ese apartado es de 123,7 mientras que España sigue en un 107,9 en
2011. Por eso los empresarios alemanes no le tienen miedo a jornadas reducidas
por paternidad o al trabajo online desde
casa. Lo que importa es el rendimiento. Saben que seguirán recibiendo salarios
mucho más altos que los asiáticos en la medida en que sigan vendiendo, por ejemplo,
coches que cuestan 10 veces más que un utilitario coreano medio.
Estabilidad de los precios. Antes
de la II Guerra Mundial, los alemanes desarrollaron una alergia social a la
inflación y el Bundesbank ha mantenido una estricta política de estabilidad de
los precios. Saber cuánto van a costar bienes y servicios dentro de 10 años da
un alto grado de confianza a la inversión y al consumo, es el camino seguro por
el que circula la economía. El escenario deflacionista de la Eurozona ha beneficiado
además a sus consumidores, cuyos salarios reales aumentaron un 2,3% en 2010 mientras
la inflación subía solamente un 1,3%.
En los últimos dos años, debido a la creciente
desconfianza en el euro, los alemanes temen un escenario más inflacionista y
están modificando sus pautas de inversión y de ahorro. Se dirigen masivamente
al ladrillo y el Bundestag, para evitar desmandes, acaba de legislar un límite legal
a la subida de los precios del alquiler en zonas altamente pobladas de un 15%
en 3 años.
Ahorro. La tasa de ahorro
roza el 12%, lo que quiere decir que de cada 100 euros que ganan, guardan y
capitalizan 12 para el futuro. No tiene que ver con la tacañería, sino con un
sentido de rectitud económica profundamente arraigada en su cultura. Un buen padre
de familia burgués alemán no es el que lleva a sus hijos a caras actividades extraescolares
o le regala un juguete electrónico por Navidad, sino el que le enseña a cortar
el tubo de pasta de dientes para aprovechar los últimos restos. Ahorro
significa tratar con mesura el dinero y los bienes, un tipo de inteligencia
vital. Podecir que en Alemania, el que más gasta no es considerado el más rico,
sino el más tonto. Kant dijo que «el ahorro en todas las cosas es la actuación
sensata de la persona justa». Lutero fue aún más lejos y proclamó que «el
céntimo ahorrado es más honrado que el adquirido».
La cuestión no es baladí. Esta cultura impregna la
actividad empresarial y pública y en cualquier informe municipal los
Ayuntamientos apuntan cuánto se ha gastado o cuánto se ha ahorrado con cada
medida. Tratándose de ahorrar, a nadie le tiembla el pulso y Merkel, recién
reelegida, eliminó 10.000 funcionarios y rebajó un 2,5% el sueldo al resto. Los
efectos económicos de todo este ahorro suavizan la coyuntura: en tiempos de
bonanza Alemania no crece en todo su potencial porque el consumo no se dispara
tanto como podría, pero en tiempos de crisis el colchón amortigua la caída.
Estabilidad política. No existen dos
Alemanias, en el sentido en que solemos hablar de las dos Españas. Hubo una
Alemania del Este que la República Federal se ha esforzado por integrar con el
impuesto de solidaridad, que conlleva desde hace más de 20 años el pago de un
5,5% suplementario al IRPF para financiar las infraestructuras e impulso
económico en la antigua RDA. Pero políticamente, Alemania es una. El electorado
no gusta de experimentos y, en tiempos de crisis, los dos partidos mayoritarios
no tienen reparos en formar gobiernos de coalición que aporten la solidez necesaria,
como ocurrió durante la primera legislatura de Merkel, 2005-2009, en qué
gobernó asociada con el Partido Socialdemócrata. Los alemanes, además, carecen
de problemas de identidad y las regiones compiten entre sí por estándares de
riqueza, pero no por regular más o disponer de más organismos regionales. Baviera,
la región más rica y con lengua propia muy apreciada, jamás ha confundido
federalismo con narcisismo, utiliza el alemán en todos los ámbitos de la vida y
se siente parte importante de Alemania. El efecto que está realidad política
tiene en términos económicos se mide en confianza de los inversores y valor de
Alemania como centro de negocios y actividad empresarial.
Innovación. Nunca será
suficientemente ponderado este factor en el peso de la economíay la creación de
empleo. El teléfono móvil que cualquiera de nosotros utiliza a diario, por
poner un ejemplo, lleva encima con seguridad más de 300 patentes. Pues bien, el número de patentes alemanas superó más de 13
veces a las españolas en 2011; fueron 33.181. A ellas se orienta el sistema
universitario y una tupida red de Institutos de Investigación. Alemania destina
anualmente unos 62.000 millones de euros al año a la investigación, de los que
aproximadamente dos tercios son financiados por las empresas. En los próximos
presupuestos federales, ahorradores en extremo, esta partida aumenta en 4.000
millones. Como consecuencia, hay una compañía alemana en el Top-3 de 27 de los
51 sectores industriales a nivel mundial.
Sistema educativo. El sistema
educativo alemán está pensado por y para la empresa. Los niños son disgregados
a la temprana edad de 11 ó 12 años, según su rendimiento escolar, y derivados a
tres diferentes ramas: Gymnasium de cara a la universidad, Realschule de nivel intermedio
y Hauptschule orientada a trabajos artesanales. Ni los niños ni los padres
participan en esta decisión, la toma el sistema. Después, cobra gran
importancia la formación dual, alrededor del 80% de la matrícula de Formación
Profesional y que implica a las empresas en la financiación
y organización del currículum. Son las empresas las que, en función de las
vacantes, determinan la cantidad de plazas escolares, así como el temario de la
enseñanza que se imparte. Está adaptado a sus necesidades en cada momento.
Largo plazo. Mientras el resto de
las economías europeas chapotea en legislaciones de coyuntura, tratando de
poner parches de ayer para hoy, la economía alemana no ha perdido en ningún momento
el timón y la orientación al largo plazo, de forma que todas las decisiones
económicas actuales van enfocadas a paliar problemas que se manifestarán en los
próximos 20 años, como el cambio demográfico, las nuevas necesidades
energéticas o el surgimiento de nuevas potencias que empequeñecerán la
influencia alemana. Nos lleva tanta ventaja porque no legisla para crear empleo
hoy, sino para seguir creando empleo dentro de 20 años.
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