lunes, 9 de diciembre de 2013

San Francisco: morir de éxito



(Un texto de Pablo Pardo en el suplemento económico de El Mundo del 6 de octubre de 2013)

Lusty Lady (La chica lujuriosa) es, en Estados Unidos, algo más que un club de striptease. Es un ejemplo de la lucha del proletariado sexual por sus derechos, y, ahora, una víctima de internet. Pero Lusty Lady no ha caído por la competencia del sexo on line casero, que está liquidando a las empresas pornográficas con más solera, desde Penthouse (que acaba de suspender pagos) hasta Playboy (que va camino de ello), pasando por Vivid Entertainment (el número uno del porno hasta que llegó internet).

No, el declive y colapso de Lusty Lady ha llegado por un efecto colateral de internet: el precio del alquiler. Según ha declarado su manager, Scott Farrell, al diario San Francisco Chronicle, el alquiler del local ha pasado de 5.500 dólares mensuales en 2001 a 16.500 en 2013: una subida del 127%. El vicio no da para tanto.

Lusty Lady fue, en 1997, el primero -y único hasta la fecha- club de striptease de Estados Unidos que tuvo un comité de empresa. Después, las chicas tomaron la gestión del local y lo convirtieron en una cooperativa. Todo el poder para los soviets. Hasta que llegaron Google, Apple, Facebook, YouTube, Wikipedia, Yahoo!, Whatsapp y una infinidad de sitios web. Con ellos, aparecieron alrededor de 40.000 jóvenes de escasos principios morales -lo que debería significar más demanda de servicios para Lusty Lady- pero, también, con cantidades de dinero inimaginables. A fin de cuentas, hay que tener en consideración que, si todas las empresas fundadas por ex estudiantes de la Universidad de Stanford, que está a media hora en coche de Lusty Lady, fueran un país, su PIB sería el décimo mayor del mundo. Por delante del de, por ejemplo, España.

Así que el 2 de septiembre, Lusty Lady cerró sus puertas para siempre, La calle en la que estaba, Kearney, se encuentra ahora tomada por cadenas de strip-clubs más o menos empresariales, como, precisamente, Penthouse y Hustler. Se acabó el sueño autogestionario.

Pero Lusty Lady no es lo único que ha cambiado de San Francisco con la explosión de internet y de la economía de las apps. La ciudad se ha convertido en prohibitiva, Apenas 40.000 empleados del sector de la alta tecnología, con sueldos exorbitantes -un joven de 21 años con un título de una buena universidad puede fácilmente ganar 200.000 dólares brutos al año- están transformando una zona urbana de siete millones de personas.

En The Mission -un área tradicionalmente latina que en los noventa se convirtió en un centro de jóvenes profesionales- la renta media de un apartamento de un dormitorio era en febrero de 2.600 dólares (1.912 euros) mensuales. Es un precio modesto. En North Beach, uno de los barrios tradicionales de la contracultura de los sesenta, el precio pasaba de los 3.000 dólares (2.200 euros). Eso es lo que dicen las cifras oficiales, pero muchos habitantes de San Francisco dicen que las cosas son mucho más caras. Para el escritor y periodista Stephen Schwartz, «un sótano en The Mission no baja de los 3.500 dólares mensuales».

Aunque los precios son caros, pero no exorbitantes si se comparan con Washington o Nueva York, el problema es el ritmo de crecimiento. El alquiler sube a un ritmo del 125% anual. Eso, a su vez, está cambiando San Francisco que, por ejemplo, se ha convertido en la ciudad de E.E.U.U. con un porcentaje más bajo de menores de edad: apenas el 13,4%, según el censo de 2010. Eso se debe a que no hay quien pueda permitirse tener una familia en el casco urbano.

Los techies, como se les llama en San Francisco, también han cambiado la cultura de la ciudad. El dinero viejo de la ciudad destinaba grandes donaciones a actividades filantrópicas. El mejor ejemplo es el de la familia Stanford, que controló la política y la economía local en la era de la Fiebre del Oro y acabó donando una fortuna para que se creara la universidad que lleva su nombre. Las nuevas generaciones, sin embargo, están desconectadas de la ciudad. Así, ni los stripclubs sobreviven.

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