(Un texto de Pablo Pardo
en el suplemento económico de El Mundo del 6 de octubre de 2013)
Lusty Lady (La chica lujuriosa) es, en Estados Unidos, algo más que
un club de striptease. Es un ejemplo de la lucha del proletariado sexual por
sus derechos, y, ahora, una víctima de internet. Pero Lusty Lady no ha caído por la competencia del sexo on line casero, que está liquidando a
las empresas pornográficas con más solera, desde Penthouse (que acaba de suspender pagos) hasta Playboy (que va camino de ello), pasando por Vivid Entertainment (el número uno del porno hasta que llegó internet).
No, el declive y colapso
de Lusty Lady ha llegado por un efecto
colateral de internet: el precio del alquiler. Según ha declarado su manager, Scott
Farrell, al diario San Francisco Chronicle,
el alquiler del local ha pasado de 5.500 dólares mensuales en 2001 a 16.500 en
2013: una subida del 127%. El vicio no da para tanto.
Lusty Lady fue, en 1997, el primero -y único hasta la fecha- club de
striptease de Estados Unidos que tuvo
un comité de empresa. Después, las chicas tomaron la gestión del local y lo
convirtieron en una cooperativa. Todo el poder para los soviets. Hasta que llegaron Google,
Apple, Facebook, YouTube, Wikipedia, Yahoo!, Whatsapp y una infinidad de
sitios web. Con ellos, aparecieron alrededor de 40.000 jóvenes de escasos
principios morales -lo que debería significar más demanda de servicios para Lusty Lady- pero, también, con
cantidades de dinero inimaginables. A fin de cuentas, hay que tener en
consideración que, si todas las empresas fundadas por ex estudiantes de la
Universidad de Stanford, que está a media hora en coche de Lusty Lady, fueran un país, su PIB sería el décimo mayor del mundo.
Por delante del de, por ejemplo, España.
Así que el 2 de
septiembre, Lusty Lady cerró sus puertas
para siempre, La calle en la que estaba, Kearney,
se encuentra ahora tomada por cadenas de strip-clubs
más o menos empresariales, como, precisamente, Penthouse y Hustler. Se acabó
el sueño autogestionario.
Pero Lusty Lady no es lo único que ha cambiado
de San Francisco con la explosión de internet y de la economía de las apps. La ciudad se ha convertido en
prohibitiva, Apenas 40.000 empleados del sector de la alta tecnología, con
sueldos exorbitantes -un joven de 21 años con un título de una buena universidad
puede fácilmente ganar 200.000 dólares brutos al año- están transformando una
zona urbana de siete millones de personas.
En The Mission -un área
tradicionalmente latina que en los noventa se convirtió en un centro de jóvenes
profesionales- la renta media de un apartamento de un dormitorio era en febrero
de 2.600 dólares (1.912 euros) mensuales. Es un precio modesto. En North Beach,
uno de los barrios tradicionales de la contracultura de los sesenta, el precio
pasaba de los 3.000 dólares (2.200 euros). Eso es lo que dicen las cifras
oficiales, pero muchos habitantes de San Francisco dicen que las cosas son
mucho más caras. Para el escritor y periodista Stephen Schwartz, «un sótano en
The Mission no baja de los 3.500 dólares mensuales».
Aunque los precios son
caros, pero no exorbitantes si se comparan con Washington o Nueva York, el problema
es el ritmo de crecimiento. El alquiler sube a un ritmo del 125% anual. Eso, a
su vez, está cambiando San Francisco que, por ejemplo, se ha convertido en la
ciudad de E.E.U.U. con un porcentaje más bajo de menores de edad: apenas el
13,4%, según el censo de 2010. Eso se debe a que no hay quien pueda permitirse
tener una familia en el casco urbano.
Los techies, como se les llama en San Francisco, también han cambiado la
cultura de la ciudad. El dinero viejo de la ciudad destinaba grandes donaciones
a actividades filantrópicas. El mejor ejemplo es el de la familia Stanford, que
controló la política y la economía local en la era de la Fiebre del Oro y acabó
donando una fortuna para que se creara la universidad que lleva su nombre. Las
nuevas generaciones, sin embargo, están desconectadas de la ciudad. Así, ni los
stripclubs sobreviven.
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