martes, 4 de marzo de 2014

Culpables con los bolsillos llenos



(Un artículo de Ricard González sobre los responsables de la crisis, en El Mundo del 13 de septiembre de 2009)

Una crisis financiera sistémica como la experimentada estos últimos dos años no puede ser atribuida a un solo culpable. Ni siquiera a un puñado. Es más bien el resultado de las acciones de miles de personas que pecaron de imprudencia, ignorancia o exceso de avaricia. Sin embargo, es cierto que, por las posiciones de responsabilidad que ocupaban, a algunos les corresponde una mayor parte de culpa.

Tras el colapso de Lehman Brothers y la consiguiente aprobación de un astronómico plan de rescate para los mercados financieros por el Congreso de los EEUU, la ira popular se concentró sobre todo en Wall Street, y especialmente en sus ejecutivos. Uno de los que tuvo en el disparadero fue Richard Fuld Junior, el director ejecutivo de la compañía hasta su hundimiento. Fuld no sólo tomó la nefasta decisión de sumergir de lleno la compañía en la economía de las hipotecas basura, sino que a cambio, recibió la friolera cantidad de 500 millones de dólares en compensaciones -más de 350 millones de euros-.

Sin embargo, la idea de crear hipotecas basura no fue de Fuld, sino que se atribuye a Angelo Mozilo, cofundador de Countrywide, la compañía especializada en hipotecas más importante de EEUU hasta su absorción por Bank of America. Mozilo dejó la empresa unos meses después con una compensación multimillonaria, y con 11 pleitos con las fiscalías públicas de varios Estados por préstamos fraudulentos, lo que supuso unas multas de cerca de cerca de 9.000 millones de dólares.

Según los expertos, si alguien puede competir, e incluso superar, a Fuld en incompetencia, ése es Jimmy Caine, considerado uno de los peores directores ejecutivos de Wall Street de la historia. Al frente de de Bear Stearns, otro gigante que tuvo que ser salvado de la quema en el último momento por JP Morgan, Caine solía tomarse fines de semana de tres días y medio para ir a jugar al golf, o participar en  torneos de bridge. Tan mal dejó la  compañía, con cerca de 40.000 millones de dólares invertidos en hipotecas basura que no valían nada, que el precio de la venta a JP Morgans fue menor que el de su propia oficina.

Si bien el colapso de Lehman fue el que desencadenó la etapa de  mayor furor de la crisis, el de la aseguradora AIG fue casi tan estrepitoso como aquél, y de consecuencias igualmente horrorosas. El principal responsable de ello fue Joe Cassano, el que fuera director de la unidad financiera de la compañía.

Cassano apostó a fondo por los productos derivados (credit default swaps, en inglés), lo que Warren Buffet ha calificado de «armas de destrucción financiera», y el resultado ha sido que los contribuyentes estadounidenses han tenido que dejarse 150.000 millones de dólares -unos 105.000 millones de euros- para poder mantener AIG a flote.

Aunque los ocasos de todas estas compañías se deben primordialmente a las erróneas decisiones de sus directivos, la crisis no habría alcanzado unas proporciones tan enormes si aquéllos destinados a supervisar sus acciones hubieran hecho su trabajo. Y es que, mientras los bancos de inversión se dedicaban a jugar a la ruleta rusa con sus productos financieros, las agencias de calificación de riesgo continuaban otorgándoles el prestigioso sello del AAA. En este sentido, a Kathleen Corbet, la máxima responsable durante años de Standard & Poor's, la mayor agencia de calificación, también le corresponde buena parte de culpa de todo este desaguisado financiero que hemos experimentado.

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