(Un artículo de Ricard
González sobre los responsables de la crisis, en El Mundo del 13 de septiembre
de 2009)
Una crisis financiera sistémica
como la experimentada estos últimos dos años no puede ser atribuida a un solo
culpable. Ni siquiera a un puñado. Es más bien el resultado de las acciones de
miles de personas que pecaron de imprudencia, ignorancia o exceso de avaricia.
Sin embargo, es cierto que, por las posiciones de responsabilidad que ocupaban,
a algunos les corresponde una mayor parte de culpa.
Tras el colapso de
Lehman Brothers y la consiguiente aprobación de un astronómico plan de rescate para
los mercados financieros por el Congreso de los EEUU, la ira popular se
concentró sobre todo en Wall Street, y especialmente en sus ejecutivos. Uno de
los que tuvo en el disparadero fue Richard Fuld Junior, el director ejecutivo de
la compañía hasta su hundimiento. Fuld no sólo tomó la nefasta decisión de
sumergir de lleno la compañía en la economía de las hipotecas basura, sino que a cambio, recibió la friolera cantidad
de 500 millones de dólares en compensaciones -más de 350 millones de euros-.
Sin embargo, la idea de
crear hipotecas basura no fue de Fuld,
sino que se atribuye a Angelo Mozilo, cofundador de Countrywide, la compañía
especializada en hipotecas más importante de EEUU hasta su absorción por Bank
of America. Mozilo dejó la empresa unos meses después con una compensación
multimillonaria, y con 11 pleitos con las fiscalías públicas de varios Estados
por préstamos fraudulentos, lo que supuso unas multas de cerca de cerca de 9.000
millones de dólares.
Según los expertos, si alguien
puede competir, e incluso superar, a Fuld en incompetencia, ése es Jimmy Caine,
considerado uno de los peores directores ejecutivos de Wall Street de la
historia. Al frente de de Bear Stearns, otro gigante que tuvo que ser salvado
de la quema en el último momento por JP Morgan, Caine solía tomarse fines de
semana de tres días y medio para ir a jugar al golf, o participar en torneos de bridge.
Tan mal dejó la compañía, con cerca de
40.000 millones de dólares invertidos en hipotecas
basura que no valían nada, que el precio de la venta a JP Morgans fue menor
que el de su propia oficina.
Si bien el colapso de
Lehman fue el que desencadenó la etapa de mayor furor de la crisis, el de la aseguradora
AIG fue casi tan estrepitoso como aquél, y de consecuencias igualmente
horrorosas. El principal responsable de ello fue Joe Cassano, el que fuera
director de la unidad financiera de la compañía.
Cassano apostó a fondo
por los productos derivados (credit default
swaps, en inglés), lo que Warren Buffet ha calificado de «armas de
destrucción financiera», y el resultado ha sido que los contribuyentes
estadounidenses han tenido que dejarse 150.000 millones de dólares -unos
105.000 millones de euros- para poder mantener AIG a flote.
Aunque los ocasos de
todas estas compañías se deben primordialmente a las erróneas decisiones de sus
directivos, la crisis no habría alcanzado unas proporciones tan enormes si
aquéllos destinados a supervisar sus acciones hubieran hecho su trabajo. Y es
que, mientras los bancos de inversión se dedicaban a jugar a la ruleta rusa con
sus productos financieros, las agencias de calificación de riesgo continuaban
otorgándoles el prestigioso sello del AAA. En este sentido, a Kathleen Corbet,
la máxima responsable durante años de Standard & Poor's, la mayor agencia
de calificación, también le corresponde buena parte de culpa de todo este
desaguisado financiero que hemos experimentado.
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