(La columna de Pablo Rodríguez Suanzes en el suplemento
económico del 20 de marzo de 2011)
¿Puede el terrible terremoto de Japón ayudar a la economía? Nathan
Gardels, obviando los miles de millones necesarios para la reconstrucción, cree
que sí, pues ésta estimulará la demanda global, el crecimiento interno y la economía
asiática (www.huffingtonpost.com/nathan-gardels). Will WiIkinson, irritado, recuerda
la falacia de la ventana rota y cree
que esa forma de pensar es «ridícula y desagradable» (economist.com/blogs/democracyinamerica).
Ilan Noy, profesor de Economía en la Universidad de Hawai, ofrece una perspectiva
rigurosa pero optimista (www.econbrowser.com).
Hace un tiempo
hablamos de los econofísicos, que aplican modelos de la ciencia a los mercados,
tan imprevisibles como las fallas o las placas tectónicas. Existe incluso una Escala
Richter que analiza la «sísmica de los mercados». Eso en el corto plazo. En el largo,
el Banco Interamericano de Desarrollo cree que las catástrofes tienen un efecto
menor de lo que pensamos (economix.blogs.nytimes.com). El terremoto de 1995 en Kobe
causó pérdidas de 100.000 millones de dólares, pero según George Horwich, de
Purdue, en 15 meses la actividad industrial se había recuperado. Cavallo, Noy, Galiani
y Pantano, coinciden en un estudio de 2010 (www.economics.hawaii.edu/research/workingpapers/WP_10-6.pdf).
Tras una desgracia siempre surgen iluminados. El gobernador
de Tokio, por ejemplo, aseguró que el terremoto era «un castigo divino» para «lavar
el egoísmo» japonés. Tesis que recuerda a las del célebre reverendo Faldwell
tras el 11-S acusando a «paganos, abortistas, feministas, gays y lesbianas» (https://www.youtube.com/watch?v=H-CAcdta_8I).
Cargadas de otro tipo de fanatismo estaban las palabras de Larry Kudlow, un famoso
presentador de la CNBC, que afirmó sobre la tragedia japonesa, sin pestañear, que
«El costo humano parece ser mucho peor que el económico, y podemos dar gracias
por ello» (https://www.youtube.com/watch?v=cBskDv4LvwM).
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