martes, 26 de agosto de 2014

Salir de la crisis



(Un texto de Carlos Salas en el suplemento económico de El Mundo del 28 de junio de 2009. A pesar de la fecha, sigue siendo aplicable ahora.)

SI usted confiesa en público que es economista, entonces tendrá que escuchar la siguiente pregunta: «¿Y cuándo vamos a salir de la recesión?». Lo mismo nos preguntan a los periodistas de información económica y yo suelo responder: «Saldremos el 21 de octubre a las once de la mañana; será un día nublado con chubascos».

Otros improvisan: «Bueno, en el escenario A, tomando en cuenta las previsiones más pesimistas de los institutos reputados de análisis económico, calculo que allá por el 2011 veremos la luz». La teoría del Gobierno, escenario B, es más optimista: a finales de año, de este año, ya veremos los primeros signos.

Pero ni los expertos se aclaran. El 11 de Junio [de 2010], el Fondo Monetario Internacional mejoró su previsión económica mundial para 2010 pasando del 1,9% de crecimiento al 2,4%. Pero, ah, dos semanas después, el Banco Mundial dijo lo contrario, que la economía no crecería el 2,2% que esperaba sino el 2%. Y para este año, mejor no hablar. O sea, dos organismos que trabajan puerta con puerta y no se ponen de acuerdo.
Esta misma semana, George Soros decía a una televisión polaca que «sin duda, lo peor de la crisis ha pasado ya», y justo hace unos meses afirmaba a Der Spiegel que la crisis era «peor de lo que imaginaba» y que incluso «peor que la de 1929», que duró una década.

De modo que hay predicciones a placer y cambian de mes en mes. Pero creo que se está planteando mal la pregunta, pues, como decía Einstein: lo importante no es la respuesta, sino hacerse bien la pregunta. ¿Importa mucho saber cuándo vamos a salir de la crisis? ¿O lo importante es cómo?

No se me ocurre mejor comparación que la naturaleza del ser humano. Cuando estamos enfermos el cuerpo reacciona con dolores, fiebre y malestar. Ese estado lamentable de debilidad no es una crisis de nuestro organismo, sino su forma de atacar a la enfermedad y salir de ella. Si no sintiéramos ese estado febril seguro que moriríamos antes de tiempo.

Cualquier médico sabe que la fiebre y la astenia son positivas. Ante una invasión bacteriana o viral el cuerpo concentra todas sus energías en combatir a los intrusos enviando el siguiente mensaje al organismo: «No desgastes tus energías porque las necesito para luchar contra estos microbios; quédate en cama». Si no fuera por ese mensaje tan enérgico, saldríamos a pasear y hasta jugaríamos al tenis, de modo que además de producir anticuerpos para acabar con la invasión, el cuerpo estaría consumiendo grasa y proteínas hasta caer desfallecido.

El mismo dolor es una ventaja competitiva de los seres vivos. Si ante una herida o un golpe fuerte no sintiéramos dolor, esa herida sin atender se convertiría en una infección o una embolia que podría ser mortal. La prueba de que el dolor es una ventaja natural la tenemos en los leprosos.

Un médico inglés idealista llamado Paul Brand se trasladó a la población india de Vellore a mediados del siglo pasado para estudiar esta terrible afección que carcomía las extremidades de los pacientes. Brand descubrió que los tejidos en realidad no presentaban ninguna anomalía, pues lo único que devoraba la bacteria de la lepra eran las terminaciones nerviosas. ¿Por qué algunos se quedaban sin dedos? Sumido en hondas reflexiones, Brand halló la respuesta de la forma más azarosa. Había observado que los enfermos de lepra tenían una fuerza prodigiosa en las manos, y cuando saludaban, parecían triturar la mano de la otra persona. ¿Acaso la enfermedad les dotaba de fuerza sobrehumana?

Un día, Brand intentó girar una llave atascada para abrir una puerta y al no poder hacerlo, un chico leproso de 12 años se ofreció a ayudarle. El joven abrió la puerta, pero Brand observó que la llave le había producido una herida que dejaba el hueso al aire. Brand coligió que la ausencia de dolor, un dolor que en caso del chico habría resultado insoportable, le privaba de un mecanismo de supervivencia elemental pues los leprosos sin darse cuenta se lesionaban los miembros hasta llenarlos de llagas y perderlos por completo.

Eso prueba que el dolor es un mecanismo de protección corporal. Si trasladamos esa filosofía al mundo económico, comprenderemos por qué la crisis es un indicio de la recuperación del organismo económico. Nuestro cuerpo económico está reaccionando como debe reaccionar en estos casos. Las familias aumentan su ahorro, no consumen, el temor al paro les hace conservadoras, las empresas no venden, achican sus plantillas y los desempleados deben buscar ocupación en otras actividades. ¿Duele, verdad? Es la respuesta natural de la economía a un estado de exagerada euforia en el cual vivimos por encima de nuestras posibilidades, sometiendo nuestro cuerpo, como el niño leproso, a fuerzas descomunales (endeudamiento excesivo) que al final nos han causado heridas. El dolor es la forma en que la vida expresa sus ganas de vivir.

«La gente debería saber que no hay nada más extraordinario en el cuerpo humano que su impuso de recuperación», decía el periodista norteamericano Norman Cousins, al que le diagnosticaron seis meses de vida por culpa de una extraña enfermedad. El periodista no lo asumió y decidió combatir ese desdichado porvenir con voluntad, vitamina C y optimismo (Norman Cousins, Anatomía de una enfermedad, Kairós). Duró 25 arios más. Su consejo preferido era que se emprendieran campañas de información para contrarrestar «el terror al dolor».

Algo parecido dice Jesús Huerta de Soto. Este catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos, cuyo currículo daría para llenar este articulo de cabo a rabo, afirma que «la recesión [el dolor] es la recuperación». Cree que estamos en un ciclo y saldremos de él. Todo está muy explicadito en su tratado Dinero, crédito bancario y ciclos económicos, de Unión Editorial. Y, claro, yo también me acerqué a preguntarle cuándo saldremos. Y dijo: «En el momento en que hagas algo para salir de la crisis, en lugar de quedarte tirado en el sillón, ya estás saliendo».

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