(Un texto de Rafael Pampillón Olmedo en el suplemento
económico de El Mundo del 1 de enero de 2008… Es curioso leer estas cosas
varios años después…)
Desde comienzos de
[2008], la caída de la Bolsa parece que está anticipando la evolución futura de
la economía española: reducción del crecimiento de la actividad económica con más
paro y más inflación de lo previsto. ¿Estamos ante el fenómeno de estanflación? El término estanflación se puso de moda en los años
70, cuando la OPEP cuadriplicó el precio del petróleo. Fue una época en la que
la inflación, los tipos de interés y la tasa de paro eran de dos dígitos.
Aquel aumento de precios
fue muy superior a la inflación que actualmente vemos en Estados Unidos o en
España. En el caso de nuestro país, la crisis de los 70 se manifestó además en
tres hechos diferenciales: una persistente y aguda tasa de inflación (que duplicaba
la media de los países de la OCDE), una caída del ahorro privado y de la
inversión que se manifestaban en una reducción del crecimiento del PIB, una elevada
y creciente tasa de paro y un fuerte desequilibrio de la balanza de pagos.
¿Se parece en algo aquella
situación a la actual? Afortunadamente, la presente es mejor y la estanflación menor.
Sin embargo, se está produciendo una caída del crecimiento del PIB y, también como
entonces, pero en menor medida, la tasa de paro está aumentando. La inflación actual,
aún siendo superior a la media de los países con los que competimos, es también
menor que aquella que soportamos como consecuencia de la subida de los precios
del petróleo. Existen además otras similitudes, al igual que a finales de los
años 70; la tasa de ahorro de los hogares españoles está disminuyendo, las empresas
españolas están aumentando sus necesidades de financiación y el déficit por cuenta
corriente está desorbitado: el 10% del PIB.
¿Qué se hizo entonces? Los
gobiernos de muchos países, incluido España, optaron entonces por aplicar políticas
keynesianas, en concreto una política fiscal expansiva, mediante un incremento del
gasto para impulsar la demanda, de forma que desapareciera el desempleo, pero, eso
sí, a costa de una mayor inflación; a su vez, esta mayor inflación provocó que
los trabajadores ejerciesen presiones al alza sobre los salarios alimentando
aún más la espiral inflacionista. Las consecuencias no pudieron ser peores, con
efectos no deseados que agravaron la ya de por sí mala situación. Además, esa
política fiscal expansiva trajo consigo un empeoramiento de las finanzas del Estado,
lo que supuso un incremento en la carga impositiva que a su vez desalentó todavía
más la inversión.
Sin embargo, no todo fueron
errores. La devaluación de 1977 fue un acierto. Efectivamente, las fuertes alzas
de precios que se produjeron de 1973 a 1977, consecuencia de la primera crisis del
petróleo, generaron pérdidas de competitividad que se manifestaron en fuertes déficit
de la economía española frente al exterior en 1974, 1975 y 1976. La citada devaluación
permitió recuperar la competitividad perdida, obteniendo superávit en las
balanzas por cuenta corriente en los años siguientes.
¿Qué se puede hacer ahora?
Ya hemos visto que aplicar políticas expansivas de demanda puede generar unos desequilibrios
difíciles de resolver. Además, devaluar tampoco es posible ya que no tenemos esa
posibilidad. Ante la ausencia de una política de tipo de cambio, el equilibrio
exterior, la creación de empleo y la estabilidad de precios sólo son posibles a
través de mejoras de la competitividad. Para ello, es necesario diseñar e implementar
políticas de oferta que intensifiquen los esfuerzos para elevar la
productividad de las empresas a través, por ejemplo, de la extensión del uso de
las tecnologías de la información y de la inversión en I+D+i y en capital humano.
A ello se podría unir
una rebaja todavía mayor del Impuesto de Sociedades. Si se rebaja este impuesto
las empresas gozarían de una menor dependencia de la financiación ajena
aumentando las posibilidades de autofinanciación de nuevos proyectos y, por
tanto, de crecimiento y de empleo. Es preciso recordar que países como Irlanda
han dirigido su estrategia de política económica en esta línea obteniendo
sectores muy competitivos y posicionándose entre los países más ricos de la UE.
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