martes, 12 de agosto de 2014

¿Se puede evitar la estanflación en España?



(Un texto de Rafael Pampillón Olmedo en el suplemento económico de El Mundo del 1 de enero de 2008… Es curioso leer estas cosas varios años después…)

Desde comienzos de [2008], la caída de la Bolsa parece que está anticipando la evolución futura de la economía española: reducción del crecimiento de la actividad económica con más paro y más inflación de lo previsto. ¿Estamos ante el fenómeno de estanflación? El término estanflación se puso de moda en los años 70, cuando la OPEP cuadriplicó el precio del petróleo. Fue una época en la que la inflación, los tipos de interés y la tasa de paro eran de dos dígitos.

Aquel aumento de precios fue muy superior a la inflación que actualmente vemos en Estados Unidos o en España. En el caso de nuestro país, la crisis de los 70 se manifestó además en tres hechos diferenciales: una persistente y aguda tasa de inflación (que duplicaba la media de los países de la OCDE), una caída del ahorro privado y de la inversión que se manifestaban en una reducción del crecimiento del PIB, una elevada y creciente tasa de paro y un fuerte desequilibrio de la balanza de pagos.

¿Se parece en algo aquella situación a la actual? Afortunadamente, la presente es mejor y la estanflación menor. Sin embargo, se está produciendo una caída del crecimiento del PIB y, también como entonces, pero en menor medida, la tasa de paro está aumentando. La inflación actual, aún siendo superior a la media de los países con los que competimos, es también menor que aquella que soportamos como consecuencia de la subida de los precios del petróleo. Existen además otras similitudes, al igual que a finales de los años 70; la tasa de ahorro de los hogares españoles está disminuyendo, las empresas españolas están aumentando sus necesidades de financiación y el déficit por cuenta corriente está desorbitado: el 10% del PIB.

¿Qué se hizo entonces? Los gobiernos de muchos países, incluido España, optaron entonces por aplicar políticas keynesianas, en concreto una política fiscal expansiva, mediante un incremento del gasto para impulsar la demanda, de forma que desapareciera el desempleo, pero, eso sí, a costa de una mayor inflación; a su vez, esta mayor inflación provocó que los trabajadores ejerciesen presiones al alza sobre los salarios alimentando aún más la espiral inflacionista. Las consecuencias no pudieron ser peores, con efectos no deseados que agravaron la ya de por sí mala situación. Además, esa política fiscal expansiva trajo consigo un empeoramiento de las finanzas del Estado, lo que supuso un incremento en la carga impositiva que a su vez desalentó todavía más la inversión.

Sin embargo, no todo fueron errores. La devaluación de 1977 fue un acierto. Efectivamente, las fuertes alzas de precios que se produjeron de 1973 a 1977, consecuencia de la primera crisis del petróleo, generaron pérdidas de competitividad que se manifestaron en fuertes déficit de la economía española frente al exterior en 1974, 1975 y 1976. La citada devaluación permitió recuperar la competitividad perdida, obteniendo superávit en las balanzas por cuenta corriente en los años siguientes.

¿Qué se puede hacer ahora? Ya hemos visto que aplicar políticas expansivas de demanda puede generar unos desequilibrios difíciles de resolver. Además, devaluar tampoco es posible ya que no tenemos esa posibilidad. Ante la ausencia de una política de tipo de cambio, el equilibrio exterior, la creación de empleo y la estabilidad de precios sólo son posibles a través de mejoras de la competitividad. Para ello, es necesario diseñar e implementar políticas de oferta que intensifiquen los esfuerzos para elevar la productividad de las empresas a través, por ejemplo, de la extensión del uso de las tecnologías de la información y de la inversión en I+D+i y en capital humano.

A ello se podría unir una rebaja todavía mayor del Impuesto de Sociedades. Si se rebaja este impuesto las empresas gozarían de una menor dependencia de la financiación ajena aumentando las posibilidades de autofinanciación de nuevos proyectos y, por tanto, de crecimiento y de empleo. Es preciso recordar que países como Irlanda han dirigido su estrategia de política económica en esta línea obteniendo sectores muy competitivos y posicionándose entre los países más ricos de la UE.

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